IOBA y el síndrome de Van Gogh
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Vicent van Gogh se suicidó a la edad de 33 años. Por aquel entonces, ni su nombre era famoso ni su obra había traspasado fronteras. Todo lo contrario; no logró ver en vida el extraordinario impacto de su legado. Hubo que esperar a 1901, once ... años después de su muerte, para contemplar su primera retrospectiva y, en la práctica, el inicio de su gloria… póstuma.
Él mismo dejó escrito que en aquella época la originalidad «te impedía ganar dinero con tu trabajo». Sin embargo, muchos expertos en arte coinciden en señalar que la timidez y su carácter retraído, heredados desde la niñez, impidieron al artista establecer las relaciones adecuadas para dar a conocer su obra con el necesario empuje.
Con el paso del tiempo, se ha acuñado la expresión 'Síndrome de van Gogh' para definir el estado de aquellas empresas o instituciones que, disponiendo de un gran producto o servicio, se muestran incapaces de conectar con su público.
En España, y de manera especial en territorios sobrios como el del paisaje castellano, somos muy dados al viejo refrán de que 'el buen paño en el arca se vende', que en el fondo expresa ese sentimiento de que basta con tener un buen producto para alcanzar el éxito. Nada más lejos de la realidad. Ni en la época de Van Gogh, ni mucho menos en la actual, esa ecuación es posible sin la necesaria, imprescindible diría yo, estrategia de comunicación.
Por eso, conviene destacar ejemplos cercanos, como el del Instituto de Oftalmobiología Aplicada (IOBA) de la Universidad de Valladolid, que cumple ahora un cuarto de siglo. A lo largo de estos primeros 25 años no solo ha demostrado una capacidad innata para innovar y situarse como referencia nacional e internacional en uno de los ámbitos más competitivos de la medicina moderna. También ha sabido conjugar su buen hacer con una intensa, constante y premeditada estrategia de difusión pública, que ha reforzado todavía más su carácter divulgativo. Solo en el último año, han publicado un total de 25 artículos en revistas científicas.
Su fundador, el doctor José Carlos Pastor, y los equipos profesionales que lo han acompañado a lo largo de estos años, son un buen espejo en el que mirarse para abandonar definitivamente el mantra del arca que navega a la deriva.
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