Además de la loable iniciativa que constituye el impulso de un documento audiovisual de estas características por parte de un sindicato agrario, el trabajo también aporta valor con un fiel reflejo de la vida en los pueblos, como contrapartida al discurso oficial, plagado de argumentos y tópicos de salón. Y no se queda ahí, sino que toma partido. Primero, para denunciar lo que todos sabemos, que el medio rural y quienes viven y trabajan en él han estado excluidos del debate principal de la política, la economía y los medios de comunicación. Después, para evidenciar la oportunidad histórica que supone lo que parecen (ojalá) síntomas del fin del letargo de una sociedad que mira de nuevo a los pueblos como una solución a los problemas de la ciudad. En muchos lugares donde todavía hace menos de un siglo había suficientes habitantes como para justificar la presencia de una escuela, maestro y médico residente, un sacerdote y, a menudo, un café y algunas pequeñas empresas, no queda casi nada. Las huellas fragmentarias de los viejos usos, sin embargo, permanecen claramente visibles y aún constituyen elementos estructurales del paisaje.
Puede que sea demasiado tarde para intentarlo, o puede que, como apuntan, hagan falta personas que vertebren, trabajen y cuiden ese territorio. Una labor que, en todo caso, debe hacerse desde los pueblos, no desde las ciudades. Me pregunto qué pasaría por ejemplo si, después de la exitosa experiencia electoral de Teruel Existe, esa España vaciada se uniera en torno a un proyecto político común. Lo que está claro es que, como reza el documental, se ha acabado el tiempo de hablar y llega el de actuar.
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