

Secciones
Servicios
Destacamos
Hemos visto sillones numerados, vacíos, en un paisaje asfixiante ya apaciguado en una sala de hospital con olor a desinfectante. Hemos visto bocatacalamares en una inclusa para neumónicos recién desarmada. Hemos visto arcoíris infantiles y buena voluntad.
Lo que no hemos visto, con treinta mil fallecidos, ha sido la muerte.
A muchos periódicos no nos han dejado mostrársela, aunque queríamos, y ahora tenemos que escuchar a la consejera de Sanidad quejarse de que la gente se relaja porque no es consciente de que tras los aplausos en la UCI se escondían agonías.
Somos ciudadanos-niño a los que no se les habla de muerte porque se traumatizan y se les pinta la vida solo con colorines indoloros. Hemos pasado en décadas del 'valle de lágrimas' y el luto perenne al 'Epicuro es nuestro Dios y el hedonismo, nuestro credo', nunca hemos sido de términos medios. Críos a los que se pide que renuncien a los hábitos de adolescente cargante y malcriado ahora que ya no son capaces de pensar en lo más crudo, porque nunca jamás lo vieron, ni siquiera lo intuyeron.
Lo invisible nos ciega. No vemos sanitarios contagiados, desbordados, desprotegidos, las UCI desdobladas por encima del límite humano y hospitalario. No vemos al paciente sedado, boca abajo, con un tubo en la tráquea. No vemos cómo gente sana fallece en apenas once días por lo que empezó, una tarde tonta, como una fiebre. No vemos acumularse los cadáveres en una residencia para que luego la política trate de colocar sus defunciones en otra tabla estadística que haga menos feo.
No vemos ese maldito virus que, advierten los médicos, sigue aquí. Ha llegado el momento de que abramos bien los ojos.
Noticia Relacionada
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Una luna de miel que nunca vio la luz
El Comercio
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.