Investidura en gris marengo
La carta del director ·
«El desastre de la investidura es responsabilidad, completa y exclusivamente, de Pedro Sánchez. Por lo menos, en proporción al número de escaños que le separan de Podemos»Secciones
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La carta del director ·
«El desastre de la investidura es responsabilidad, completa y exclusivamente, de Pedro Sánchez. Por lo menos, en proporción al número de escaños que le separan de Podemos»El estrepitoso fracaso de Pedro Sánchez de esta semana, tras su segunda investidura fallida –recordemos que ya perdió otra en 2016–, pone de manifiesto algunas cosas.
Una. Aquel político pertinaz, rígido en sus planteamientos –NO es NO– es el mismo de entonces. No ha ... evolucionado. En nada le ha cambiado convertirse en presidente del Gobierno. Comete los mismos errores y contra los mismos adversarios. Porque también fueron Pablo Iglesias y Podemos quienes, hace tres años, tumbaron su primera investidura. Eso sí, para situarse de nuevo en el lugar en el que mejor se manejan él y su jefe de gabinete, Iván Redondo: la resistencia, el todos contra mí y cierta pose de falso victimismo. O yo o el precipicio.
Dos. El desastre de esta semana es de su completa y exclusiva responsabilidad. Por lo menos, en proporción al número de escaños que le separan de Podemos, ya que tanto se ha manoseado la comparación estos días para decidir ministerios y vicepresidencias. No es responsable aceptar la propuesta del Rey sin al menos garantizarse un marco de negociación favorable, propicio para recibir los apoyos necesarios y salir presidente. Ni, mucho menos, llegar al punto en el que, solo con 48 horas de margen, deba negociar un gobierno de coalición, de cohabitación, de cooperación o de conciliación. Pedro Sánchez, seguramente acuciado por unas elecciones municipales incómodamente celebradas un mes después de las generales, y para evitar contagios a sus compañeros en las agrupaciones locales y regionales, no abrió en todo este tiempo ningún espacio real de diálogo con Podemos, formación con la que, por otra parte, desde el mismo 28 de abril sabía que tenía que acabar pactando. Lo que fuese. Él ya es mayorcito para saber lo que representaba el apoyo de Podemos a su moción de censura. También conocía el calendario electoral y que, con toda probabilidad, tendría que firmar un acuerdo con Pablo Iglesias. Acaba uno teniendo la sensación de que el sanchismo consiste no tanto, como le acusa Ciudadanos, en amparar a quienes cuestionan la soberanía nacional y sí en un modelo de liderazgo basado en la supervivencia, en caminar sobre el alambre, en mirar a todas partes para encontrar culpables, yo no he sido, en el efectismo, en optimizar los golpes de suerte y la sorpresa. En eso es un artista su jefe de gabinete.
Tres. Consecuencia de lo anterior, espanta adivinar en el horizonte dos meses durante los que, con la amenaza cierta y tasada de una repetición de elecciones, PSOE y Unidas Podemos se dedicarán a zurrarse y a tratar de imponer entre el electorado, sobre todo el de izquierda y centro izquierda, la convicción de que la culpa de todo lo sucedido, del fiasco vivido esta semana, es del otro. En pleno agosto. Qué hartura.
Cuatro. Espanta aún más la extrema fragilidad con que arrancaría cualquier proyecto de gobernanza armado por Psoe y Podemos. Importa poco sobre qué programa o con qué reparto de carteras ni competencias. De hecho, en el seno del partido socialista hay bastantes dirigentes, muy sanchistas y no tanto, a los que les aterroriza ese escenario. Si no hay elecciones, harto probable, será porque la negociación interrumpida ahora se reanuda y cristaliza, veremos con qué resultados y duración; o porque triunfan las voces que en Ferraz claman para mirar al PP y negociar con Casado un proyecto de Estado. Con los naranjas de Rivera ni de broma. El Psoe debería haber empezado–imprescindible– por renunciar a Navarra.
Y cinco. Lo vivido estas semanas demuestra que, a pesar de todo, en Castilla y León el acuerdo Pp-Ciudadanos ha sido poco menos que ejemplar. Dos partidos decidieron con quién negociar, se negoció y pactaron ideas, responsabilidades y perfiles. En un tiempo más que sensato. Eso, más allá de fobias y filias, es lo que garantiza estabilidad a los ciudadanos. Nadie imaginaría, con la que ha caído estos días en el Congreso, cómo sería ahora una Junta en manos de Tudanca sostenida por Ciudadanos. Tan bien e intensamente se ha pactado la alianza en esta comunidad que, a la primera oportunidad que ha tenido, Ciudadanos ha demostrado su férreo compromiso con el PP de una manera radical, inusitada, dando paso a la designación de Maroto como senador autonómico. Cómo será la grandeza del gesto que el propio Alberto Núñez Feijóo, presidente gallego, reconocía tácitamente el jueves que en Galicia eso no hubiese podido ocurrir. Literalmente, porque aquella es una comunidad histórica y no tan abierta como la nuestra. Ni dócil, a lo que se ve. Ni tan sufrida. Como el gris marengo.
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