Sorprende el desbarajuste en el recuento de defunciones provocadas por el coronavirus, cuyos detalles son difíciles de entender. En los primeros meses de la crisis ese inventario parecía sencillo, pero últimamente el número de muertos no coincide, máxime teniendo en cuenta que los aludidos ... no se mueven del sitio. Bueno; esto último no es del todo cierto porque al menos un par de veces en mi vida profesional he cubierto sucesos donde el finado no lo estaba del todo y, tras un corto velatorio, volvía a la vida dando un susto de muerte a los presentes que rezaban el rosario.
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En un principio, los datos ofrecidos por don Fernando Simón eran comprensibles: tantos difuntos, tantos contagios, tantas altas, y pare usted de contar. Pero, como titulaba ayer mi colega Antonio Encinas, el asunto se ha convertido en un galimatías que no hay por dónde cogerlo, y si lo que pretendía el Gobierno es que dejáramos de interesarnos por ese dato concreto, lo ha conseguido. La última vez que seguí la rueda de prensa oficial me la pasé devanándome la sesera intentando comprender cómo era posible que el doctor declarara cero fallecidos en toda España mientras que solamente nuestra región hablaba de tres o cuatro.
Aunque no me salen las cuentas ya no espero que ninguna autoridad me las aclare porque desde que mi abuela materna murió dos veces (y lo digo completamente en serio), estoy dispuesto a creérmelo todo.
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