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Hace unos días fue noticia que uno de los investigadores del Institut Nova Història había concluido que Calderón de la Barca era catalán. Se une así el dramaturgo a la nómina de autores y personajes históricos que dan lustre a la cultura e historia catalana. ... Entre otros están Miguel de Cervantes que, según nos dicen, en realidad se llamaba Miquel Sirvent, así como Teresa de Ávila quien, por lo que aseguran tales historiadores, era una abadesa del monasterio de Pedralbes. También Isabel la Católica era catalana; y no podían faltar en tal excelsa compañía, Cristóbal Colón y Hernán Cortés, extremeño este último hasta hace nada.
No es algo muy sorprendente. Esta tergiversación es una tarea que ya desveló Eric Hobsbawnm en su libro 'La invención de la tradición'. Toda nación que busca su existencia política ha de crear una serie de valores –políticos, legales, éticos– compartidos. Los acompañan personajes históricos que sirven ejemplo en mayor o menor grado. Estos modelos son necesarios ya que la simple abstracción normativa suele ser bastante fría y el público general no alcanza a ver lo que de bueno tiene. Por el contrario, si la gente ve tales virtudes encarnadas en personas concretas, se sentirá movida con mayor fuerza a la emulación, incluso aunque sea solo en un plano ideal. La historia tiene así una vertiente pedagógica que fortalece la política. Nos enseña modelos de conducta y valores comunes, tan necesarios para la convivencia nacional y para el aglutinamiento social.
No es de extrañar que esos historiadores catalanes elijan a Isabel la Católica, quien, con Fernando el Católico, llevaró a cabo la reconquista y el descubrimiento de América, tarea esta última que encomendaron a Cristóbal Colón. Algo más tarde Hernán Cortés continuó la hazaña colombina al conquistar México. Cervantes, por su parte, inventó lo que luego vino a ser la novela moderna con 'El Quijote'. (Jordi Pujol, sin embargo, no fue capaz de ver la grandeza del escritor, pues a finales de la década de 1980 declaró que a él esa novela no le decía nada). De Teresa de Ávila ha hablado mucho, y con muy buen tino, José Jiménez Lozano, así que sobran mis explicaciones. Calderón de la Barca, por último, es autor de algunos de los mejores dramas españoles en los que la Contrarreforma adquiere su más acabada expresión literaria.
Lo importante no es tanto qué autores y personajes históricos eligen para su particular gabinete de modelos de conducta. Tiene más enjundia fijarse en la repercusión social, y por ende política, que han tenido a lo largo de la historia. En concreto, y utilizando la expresión de las 'dos Españas' que tanto sirvió a Santos Juliá para referirse a liberales y conservadores, es más esclarecedor apuntar quiénes se proclamaron herederos o al menos reclamaron para sí mismos la valía y el ejemplo de tales personajes.
Aquí observamos que durante el siglo XIX y comienzos del XX, es la derecha conservadora –en bastantes casos, ultramontana– la que los ensalza. Son los conservadores los que ponen el acento en la Reconquista y en el Descubrimiento de América. Si para los liberales, la expansión imperial había sido un inmenso error de los Austrias, para los conservadores esa hazaña revelaba el auténtico ser español, junto, por supuesto, a la Reconquista. Isabel la Católica había recuperado España del sometimiento musulmán y había logrado la unidad nacional bajo la monarquía y el catolicismo. Así lo interpretaba el historiador conservador Antonio Ballesteros Beretta (1880-1949), que solía referirse con mucha frecuencia al 'espíritu de la raza'. También Juan Francisco Yela Utrilla, historiador y fundador de la Falange asturiana participaba de tales ideas, o Antonio Tovar (1911-1985) –falangista también en un primer momento–, quien ensalzó «las grandes figuras que encarnan la esencia española», entre quienes incluía a la reina Isabel o a Calderón
Recordemos el interés que durante el franquismo hubo por Teresa de Ávila hasta el punto de que la mano incorrupta viajó de Ronda a Valladolid para acabar en la capilla del Palacio del Pardo hasta 1975, o los homenajes que Cervantes recibió desde la orilla conservadora, proclamando que Quijote y Sancho Panza representaban las dos caras del ser español (al tiempo que nos hurtaban la fuerza disolvente del humor en su tarea de desmitificación o la trama ideológica de las corrientes heterodoxas que habían circulado durante el Siglo de Oro).
A la postre, todos esos personajes venían a ser representantes de una España tradicional cuyo origen se remontaba hasta Marcelino Menéndez Pelayo. A Menéndez Pelayo hay que reconocerle su erudición inmensa y su agudeza analítica; su brillantez intelectual, incluso cuando atañía a cuestiones religiosas o políticas. Desde luego, fue un titán que, convencido de su misión pedagógica para hacer de España un reino católico y conservador, puso toda su determinación e inteligencia en el empeño. Esto, entre otras cosas, lo distingue de los intelectuales nacionalistas de hoy en día, que, cuando son comparados con Menéndez Pelayo, aparecen diminutos. 'La Historia de los heterodoxos españoles' es superior a cualquier libro radical que hoy en día se publica con el propósito de subvertir, confrontar o poner patas arriba los consensos o el sentido común.
Los nacionalistas catalanes podrían haber tomado dicha Historia como punto de partida de su reivindicación de figuras catalanas 'robadas' por España. Algo por el estilo hizo Juan Goytisolo en la elaboración de su particular canon literario. Podrían también haber tomado como punto de partida los mitos liberales de los siglos XIX y XX. Han preferido, no obstante, de manera coherente, reivindicar el conjunto de personajes históricos en los que los conservadores –ultramontanos muchos de ellos– fundaron su visión de España. No extraña entonces que a Antonio Machado, hombre de querencias liberales y republicanas en el sentido más amplio, alejado de cualquier conservadurismo, los nacionalistas catalanes, de tiempo en tiempo, lo declaren anticatalán, contra toda evidencia documental. La respuesta no está en el comportamiento de Machado hacia Cataluña sino en los fundamentos ideológicos de los nacionalistas catalanes.
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