![La insólita muerte del ciudadano G. Floyd](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202006/06/media/ii.jpg)
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El Reverendo Al Sharpton, pastor de la iglesia evangelista baptista, alzó su voz tras un silencio de ocho minutos y cuarenta y seis segundos, el tiempo del suplicio que soportó la víctima: - ¡Levantad vuestra rodilla de nuestro cuello!- El funeral de George Floyd, el afroamericano ... muerto al ser detenido por la policía de Minneapolis (Estado de Minnesota), tuvo lugar el pasado viernes rodeado de una ira espesa contra el racismo que recordaba los años de la reivindicación de Martin Luther King en favor de los ciudadanos negros en Estados Unidos. «La muerte de este hombre debe ser el fermento para que haya justicia», clamó el pastor Al Sharpton, líder de varias asociaciones que luchan por los derechos cívicos en la ciudad de Nueva York y víctima de un apuñalamiento racista sufrido poco antes de ser consagrado pastor de la Iglesia baptista de Bethania, en Brooklyn.
El fragor de la protesta contra la violencia policial ejercida frecuentemente en Estados Unidos contra los negros ha incendiado las calles de las grandes ciudades, desde San Francisco a Nueva York, a veces con una mezcla de saqueo y destrucción que pone de manifiesto la complejidad de esa bomba del racismo cotidiano, nunca allí desactivada. La pacífica lucha liderada por el mártir Luther King logró la aprobación de las leyes que sacaron a la población negra de un estado de discriminación cívica y social cercano al de la esclavitud. El asesinato en 1965 de ese profeta de la igualdad de derechos ciudadanos y el final de la discriminación racial fue el precio del armisticio tras un largo combate de siglos, certificado un año antes en la Ley de Derechos Civiles firmada por el presidente demócrata Lyndon B. Johnson. Quedaba al fin sepultada la vergüenza de la segregación racista aplicada con rigor marcial en todas las instituciones públicas, y mantenida durante casi un siglo por un mandato de iure aplicado con la hipocresía del lema «ciudadanos separados según su raza, aunque iguales ante la ley». Solo algunos artistas, músicos o escritores lograban ser considerados ciudadanos respetables, mientras el resto de los afroamericanos estadounidenses tenían vedados derechos tan elementales como el de viajar en el mismo autobús que los blancos.
La Ley de Derechos Civiles que proclama la igualdad racial acaba de cumplir 55 años, pero no ha logrado acortar las desigualdades que castigan a la comunidad negra ni enmendar la ideología supremacista que aún perdura en los Estados del sur de la federación. Los herederos del Ku Klux Klan, aunque reducidos a pequeños grupúsculos extremistas que defienden la consigna del linchamiento como el mejor método para poner orden en las comunidades de mayoría negra hasta que fueran ilegalizados en 1924, mantienen encendida la llama de la supremacía. En junio del año 1998 tuve la oportunidad de comprobar in situ esa amenaza sombría de quienes anhelan la vuelta al pasado esclavista y defienden, furtivos en sus ropones blancos y capirotes de congregante, el derecho de linchar a un ciudadano de otro color por la simple sospecha de haber cometido él algún delito. Allí había sido linchado un negro de nombre James Byrd, cuyo único delito fue cruzarse en un camino forestal con tres jóvenes lobos que lo arrastraron atado por los tobillos a la trasera de su camioneta, hasta que su cuerpo quedó completamente desmembrado. Recuerdo la descripción que del suceso me hizo el fiscal del condado de Jasper (Texas): «Tres jinetes con túnica blanca salieron directamente del infierno. En lugar de una cuerda, usaron una cadena, y en lugar de caballos, tenían una camioneta».
No hubo grandes manifestaciones durante aquellos días de sangre y furia en Jasper, el pueblo maderero de 7000 habitantes, blancos y negros en la misma proporción. Los restos del cadáver descuartizado del negro Byrd fueron depositados en la parcela del cementerio destinada al enterramiento de la comunidad afroamericana, y su sepultura fue profanada después varias veces. En aquella guarida del odio racista, solo el jefe de la policía se atrevía a hablar con los periodistas, sin lograr romper el silencio denso de la tragedia: «Lo mataron solo porque era negro», dijo el sheriff Rowles; y con los ojos llorosos ocultos bajo el ala blanda de su sombrero tejano confesaba su angustia asintiendo con la cabeza para certificar la verdad: «Esta es la primera vez que escucho las palabras de 'crimen de odio', aunque aquí todo es posible». El gobernador del Estado de Texas, George W. Bush, se negó a asistir al sepelio de James Byrd. Dos de los jóvenes supremacistas que perpetraron aquel crimen fueron ejecutados tras un largo proceso judicial; el tercero fue condenado a cadena perpetua y no podrá salir en libertad antes del año 2038.
Acabó la era de los linchamientos en Estados Unidos y la primera reivindicación de las asociaciones de derechos civiles es ahora el respeto de la policía y su moderación a la hora de emplear la violencia en la detención de delincuentes afroamericanos. Hasta la sentencia de los asesinos del James Byrd, ninguna persona blanca en Texas había sido condenada a muerte por matar a un afroamericano, con una excepción: en 1854, un hombre blanco mató al esclavo de otro amo blanco y fue ejecutado, porque el tribunal consideró el hecho como delito contra la propiedad. El negro G. Floyd fue arrestado y resultó muerto en Minneapolis por un billete falso de 20 dólares. Sostiene el reverendo Al Sharpton que es difícil saber si alguien es capaz de poner precio a la muerte de cualquier hombre.
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