Insolencias de pleno
La Platería en llamas ·
«¿Es Valladolid romántica? Hoy, a juzgar por sus ediles, acaso pendenciera; no sé si cruel y atroz, pero sí infantil y adolescente»Secciones
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La Platería en llamas ·
«¿Es Valladolid romántica? Hoy, a juzgar por sus ediles, acaso pendenciera; no sé si cruel y atroz, pero sí infantil y adolescente»Continúan los noviembres con sabor a carnaval gracias a esos malditos que no cesan en sus gritos y ese Tenorio que, año tras año, intenta concentrarse en la escritura durante el primer acto de su drama. La tradición cumple una vez más con su tarea ... y Valladolid continúa siendo, por obra y gracia de Zorrilla, una cuna más del romanticismo, a pesar de que cuando el dramaturgo nació y rompió en llanto probablemente anduviera toda ella traumatizada por el recuerdo aún fresco de la invasión napoleónica. Además, anduvo poco en su ciudad natal. Apenas unos años de infancia y otros breves de estudiante disperso durante su adolescencia y primera juventud; justo antes de volar y hacerse un sayo con la capa de su padre.
Toda aquella audaz determinación acabó arrumbando en una carrera vital y literaria aún hoy celebrada. De no haber sido autor, José Zorrilla hubiera merecido convertirse en personaje, como otros tantos contagiados por aquella pandemia pasional, autodestructiva y profundamente humana que brotó en los párrafos de Hölderlin o de Goethe y que acabó produciendo todo un batallón de dandis y hombres de acción —dos caras del mismo individualismo—, tan entregados a sus respectivas pasiones que aún hoy se les puede intuir a través de sus pisadas por alguno de nuestros itinerarios.
¿Cómo le llegó a Zorrilla aquella calentura? ¿En qué lugar y circunstancia sufrió el contagio de los tiempos? Cuesta creer que fuera en su Valladolid natal, de la que pronto se deshizo, aunque en la vejez, con las incertidumbres de la vida ya despejadas, regresara abrigado por un sincero amor conciliatorio que debió incrementarse gracias al recibimiento dispensado por sus paisanos.
Salvando las distancias del hambre y el miedo, la relación de Zorrilla con Valladolid recuerda en este sentido a la de Umbral, que optó por resumirla en su pregón, pronunciado hace más de cincuenta años, como «la ciudad de la infancia cruel y la adolescencia atroz»; también aquella «con un río de derechas y otro de izquierdas» que parece persistir.
¿Es Valladolid romántica? Hoy, a juzgar por sus ediles, acaso pendenciera; no sé si cruel y atroz, pero sí infantil y adolescente. Ahora no solo sabemos «cuál gritan», sino quiénes lo hacen mientras se pavonean, se jactan y se vanaglorian como carnavalescos de callejuela. Y los conocemos bien porque lucen galones tanto de gobierno como en oposición locales; algo que no señalo desde la equidistancia, sino desde una equitativa decepción. Un incidente político tras otro es engalanado con suma arrogancia, con tanta intensidad y cerrazón por ambas partes que parecieran a punto de echarse la espada al cinto y batirse al amanecer. Excepto dialogar y negociar con el respeto debido, excepto tratar al adversario político como el embajador que es de una parte notable del vecindario, cualquier exceso es previsible en nuestros representantes.
Este romanticismo pendenciero y demodé, enquistado en nuestra política local, se nutre de los extremos y se reta a duelos pueriles, aunque a estos tenorios nuestros se les vaya siempre la fuerza por el móvil.
Exigir la dimisión del alcalde por el archivo de la anecdótica causa del yate —por una parte— solo le ha servido a la oposición para sugerir con sus exigencias delirantes que somos unos necios incapaces de conocer por nosotros mismos el significado real del texto judicial que pone fin al asunto. La última declaración del alcalde —por otra— advirtiendo a la ciudad de su posición inamovible en el desarrollo de su plan de movilidad (precisamente) roza el absurdo semántico. Pero siga el drama y la tradición: asegure don Juan sobre las tablas que, de no cesar, estos gritos han de salirnos caros a todos.
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