Artur Mas y Jordi Pujol, en 2003. CESAR RANGEL-AFP

La inoperancia del nacionalismo catalán

«Mientras el PNV mantiene una actitud participativa, el nacionalismo catalán se ha recluido en el bloqueo que ha generado»

Antonio Papell

Valladolid

Domingo, 31 de mayo 2020

La edad de oro del nacionalismo periférico ocurrió en los años 90 del pasado siglo, cuando primero el PSOE y después el PP gobernaron con mayorías relativas. En las elecciones de 1989, el PSOE obtuvo todavía 175 escaños, que no eran mayoría absoluta pero que ... le otorgaban plena autonomía; en 1993, el PSOE consiguió apenas 159 escaños, por lo que los 17 escaños de CiU fueron vitales para la estabilidad del Gobierno, y, de hecho, Pujol terminó forzando la anticipación electoral de 1996 que llevó a Aznar al poder por un puñado de votos y con solo 156 escaños. CiU firmó entonces con Aznar/Rato el Pacto del Majestic, gracias al cual obtuvo concesiones sin cuento de los conservadores españoles. CiUhabía funcionado como partido bisagra, con la particularidad de que los intereses que defendía no eran los generales del Estado sino los particulares de Cataluña.

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     Aquel estado de cosas, consecuencia de unas negociaciones constituyentes que habían establecido un parlamento bicameral y un estado de las autonomías pero no un verdadero estado federal, resultó notablemente disfuncional, lo que dio lugar a intentos teóricos y prácticos de construir una bisagra del estilo del FDP alemán que pudiera decantar el color del gobierno a un lado o a otro en casos de virtual empate. Suárez lo intentó y fracasó con su Centro Democrático y Social, y Ciudadanos, que empezó siendo una formación de centro-izquierda catalana no nacionalista, emanación del PSC, generada por la irritación que causó la deriva del tripartito de Maragall, sí acabó siendo en todo el estado un partido bisagra, liberal y socialdemócrata, que a punto estuvo de culminar un pacto con el PSOE tras las generales de 2015, que se frustró porque Podemos prefirió que siguiera gobernando Rajoy.

     Esquerra Republicana de Cataluña (nueve escaños) y el PDeCAT (ocho) participaron en la iniciativa de moción de censura de Pedro Sánchez contra Mariano Rajoy en mayo/junio de 2018, tras la implicación del PP por los tribunales en los episodios de corrupción de etapas anteriores. Por parte vasca, también lo hicieron el PNV (cinco escaños) y EH Bildu (dos). Compromis (cuatro) y Nueva Canarias (uno) sumaron también sus votos a los de PSOE (84) y a los de Unidas Podemos (67) hasta los 180 que colocaron a Sánchez en la Moncloa. Posteriormente, tras las elecciones de noviembre de 2019, la coalición PSOE-UP, con 155 escaños, entronizó a Sánchez. Los votos del PSOE, Unidas Podemos, el PNV, Más País, Compromís, Nueva Canaria, Teruel Existe y el BNG dieron la mayoría al promotor de la moción. ERC se abstuvo y JxCat votó en contra.

     Desde entonces, la coalición de gobierno PSOE-UP consigue superar las votaciones mediante negociaciones a la carta con las minorías. Y se da el caso, muy evidente, de que en tanto el nacionalismo vasco, con una representación de apenas once escaños (6 del PNV y 5 de Bildu), es protagonista de primera fila en el proceso político, los nacionalistas catalanes, con 23 escaños (trece de ERC, ocho de JxCAT y dos de la CUP) han desaparecido de escena, son un lastre parlamentario inútil e incapaz de obtener beneficio alguno de su envidiable posición, que podría alcanzar un poder arbitral evidente.

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     En el fondo, este contraste es consecuencia de que el nacionalismo vasco, aunque particularista e independentista, ha sido realista desde la transición y lo es si cabe aun en mayor medida desde que concluyó el ominoso fenómeno terrorista. El único intento heterodoxo de romper el Estado, el 'plan Ibarretxe', fue conducido por sus cauces legales y, tras fracasar como era previsible, el PNV supo reaccionar y mantenerse en los cauces constitucionales, de los que nunca se apartó por cierto, pese a sus escarceos con el radicalismo abertzale (pacto de Estella, etc.).

     En definitiva, mientras el PNV mantiene una actitud participativa, el nacionalismo catalán se ha recluido en el bloqueo que ha generado -la mitad de los catalanes no sigue la mística del separatismo, incompatible con el verdadero europeísmo- y en él permanece, amagando con nuevas tentativas rupturistas y dejando pasar las mejores oportunidades de influir y de avanzar.

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