Este país presenta rasgos candorosamente 'naifs' a consecuencia de un absurdo clima demagógico de 'todo a cien'. Reparos de garrafón, política hueca de gestos y enunciación de principios campanudos que se dan de bruces con la realidad a la primera de cambio. Así nos desempeñamos. ... Uno de los ejemplos más palmarios de esta confusión entre la gimnasia y la magnesia ha tenido como protagonista a la Selección Española de Fútbol, vacunada tarde y mal para que pueda jugar la Eurocopa sin sobresaltos derivados del coronavirus. En realidad, ayer debutó en la competición sin que sus integrantes estén aún completamente inmunizados, ya que las vacunas tardan al menos quince días en generar protección y no son, que se sepa, la purga de Benito. Tras la infección del capitán Busquets y de Diego Llorente, alguna inteligencia clarividente cayó en la cuenta de que el contagio podía extenderse a la plantilla, comprometiendo nuestra participación en la competición. Tras muchas dudas se procedió a inyectarles vacunas de Janssen y Pfizer para que puedan cumplir los compromisos deportivos y económicos contraídos.
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La cosa adquiere tintes surrealistas cuando se compara con el lógico modo de actuación con los 1.000 deportistas y miembros de las delegaciones olímpicas que tienen que viajar a Tokio, a los que si se les vacunó con antelación suficiente para la ocasión. Parece que a las autoridades sanitarias les pareció mejor priorizar a los olímpicos en detrimento de los futbolistas seleccionados para representar a España en una competición europea La realidad es que hubo miedo, temor cerval a que la opinión publica cuestionara una decisión de este tipo. En la narrativa igualitaria que se ha impuesto no se ha tenido en cuenta siquiera la necesidad de vacunar prioritariamente al Rey, lo que hubiera tenido toda la lógica del mundo. Imaginemos la gravísima situación que se podría haber creado si Felipe VI hubiera enfermado de covid necesitando hospitalización en una UCI. El riesgo de posibles secuelas, o incluso de fallecimiento, hubiera gravitado sobre la vida publica de este país por una decisión tomada de cara a la galería en plan 'todos-somos-iguales'. Y no, no lo somos, desengañémonos cuanto antes. Todas las vidas importan, pero la del Jefe del Estado o la del presidente del Gobierno, tienen, además, una derivada en clave de crisis institucional que otras personas no generan. Hubiera sido plausible haberles suministrado las dosis en un primer momento, pero no, ya se dijo que el Rey se vacunaría «cuando le tocara», en un gesto que tiene mucho que ver con el postureo de algunos lindos, rayano en la estolidez, en el caso del ministro Garzón, cuando le denomina 'ciudadano Borbón'.
Así estamos, en una política de gestos diseñada para epatar y parecer más demócratas y modernos que nadie e inmersos en una cadena de decisiones pensadas más en clave electoral, para contentar a los propios, que en beneficiar al país. Una actuación que sólo tiene como objetivo el próximo telediario, el titular inmediato y las falsas apariencias. El Rey tuvo que acudir al Wizink Center, un palacio de los deportes, para que así nos creamos todos iguales, omitiendo una responsabilidad institucional que no se puede obviar sin la más absoluta de las demagogias. Sin caer en la cuenta tampoco de que su imagen, y la del presidente, inyectándose en el primer momento, como ha ocurrido en otros países impecablemente democráticos, hubiera otorgado mucha tranquilidad a los negacionistas y contumaces que dudan entre vacunarse o no. Pero claro, reparar en esas finezas sería ya mucho pedir en medio de la improvisación reinante.
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