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Somos ingratos. Bien lo sabe el poeta Fermín Herrero que tituló 'La gratitud' a uno de sus libros más celebrados. Hablaba allí de las emociones que despiertan el paisaje y la vida. Los que se envalentonan y sacan pecho ensoberbecidos, en realidad tratan de ocultar ... sus miedos, como los perrillos ladradores que en mi infancia nos hostigaban camino de la escuela. Lo malo es cuando el perro que te hostiga no es un perrillo faldero como aquellos, sino un mastín de noventa kilos entrenado para luchar hasta morir. Basta una guerra a tres o cuatro mil kilómetros de distancia para reconocernos en la gente que huye despavorida. De alguna manera esa gente somos nosotros asustados, temblando por el hambre y por el frío que se nos viene encima. Nuestros abuelos y bisabuelos pasaron por situaciones semejantes, hostigados por otras fieras. La mayoría se vieron metidos en una guerra que nunca habrían comenzado. Bastante tenían con salir adelante en medio de las fatigas. Algunos murieron no por ponerse al alcance de una bomba o de una bala, en realidad murieron atrapados por el odio de los otros. El odio nos hace ingratos. Y da igual en qué bando estés. Los ingratos y los matones militan en todos los bandos.
Claro que, por encima de nuestras ingratitudes y de nuestros matones jactanciosos, aquí levanta cabeza el rey de los fanáticos. Algunos se entrenan durante años. Parece claro que estamos ante un fanático que se inyectó el pecho de patriotismo. Como se da aire a las ruedas de las bicicletas, algunos se dedican a inyectarse patriotismo en el pecho. Y como no hay pecho que aguante tal cantidad de patriotismo, al final el pecho revienta intoxicado. Es lo que ha pasado ahora. Pobres ucranianos y pobres rusos. Pero también pobres de nosotros que asistimos aterrados al horror que desata el rey de los patriotas.
Leo estos días algo anonadado a los analistas. No entiendo mucho de estrategias. No entiendo nada. El juego del ajedrez me pareció siempre un juego para intelectuales sofisticados. Si mueves al caballo, pones en peligro a la reina. Da miedo moverse. De ahí que asista con estupor a este tráfico de tiros, de bombas y de intoxicaciones en el que todos, también nosotros, vamos a perder. Ya estamos perdiendo. Resulta difícil conciliar el sueño después de ver el telediario. Lo dejó escrito Miguel Hernández en la cárcel de Alicante: «Tristes guerras si no es de amor la empresa. Tristes, tristes. Tristes hombres si no mueren de amores. Tristes, tristes. Tristes armas si no son las palabras. Tristes, tristes». Todos acabamos manchados cuando los patrioteros revuelven las aguas turbias. Y es entonces, es decir, ahora, cuando nos percatamos de lo ingratos que somos con la vida.
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