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En una sociedad donde el tiempo se ha vuelto escaso, los consumidores ya no están dispuestos a esperar. Hoy, las marcas y los minoristas no tienen más remedio que adaptarse a la necesidad de inmediatez. Tanto las tiendas en línea como las físicas ayudan a ... los clientes a ahorrar tiempo al realizar pedidos, recoger en la tienda, entrega el mismo día, actualizaciones en tiempo real, sin retrasos en el envío, acceso a información con un solo clic y, si hace falta, realidad aumentada. Exigimos servicios, productos e información de forma rápida y sencilla.
¿Hay algo de malo en eso? A priori, no. Salvo que esa forma de interpretar la realidad termine afectando a todas las esferas de nuestra vida, convirtiendo el ahora en una permanente exigencia. Y, claro, siempre hay quien pretende marcar tendencia. Sin ir más lejos, el nuevo presidente de Ecuador, el rebautizado 'millennial-hipster' Nayib Bukele, ha alcanzado fama mundial en su primera semana de mandato tras ordenar cambios inmediatos en su gabinete a través de Twitter.
La oleada de despidos no ha cesado durante estos primeros días. Uno de los casos más llamativos ha sido la destitución del director de Innovación Tecnológica, con un salario de 3.325 dólares mensuales. «Con ese presupuesto, contrate tres técnicos de 1.100 dólares cada uno y con los 25 restantes compre una cafetera», ordena el presidente en la red social. «De inmediato, señor presidente», responde el ministro del gobierno.
La moda del dedo loco tuitero ha invadido también a políticos españoles, que compiten cada mes por situarse en los primeros puestos del escalafón de 'influencers' de lo público. Todavía no han llegado al nivel del compatriota ecuatoriano (afortunadamente, debemos añadir), pero, cuidado, porque la línea de confundir transparencia con inmediatez representa un riesgo creciente.
El cambio tecnológico, económico y social nos ha permitido progresar, claro que sí, pero también perder la esencia de comunidad que nos había anclado. Me apunto a las tesis de Paul Roberts en 'La sociedad del impulso', sobre todo cuando explica que «la gratificación tardía fue pensada una vez como un signo de madurez por excelencia, tanto para las sociedades como para los individuos». Es un valor que debemos redescubrir y, en este caso, sin demora.
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