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Es tan disparatada la realidad que cuando me viene a la memoria una noticia que leí hace un tiempo no consigo estar seguro de si ... me topé con ella bajo una cabecera convencional o en web satírica. La noticia relataba cómo un grupo de policías infiltrado en una banda de narcos se había visto envuelto en un tiroteo con otra cuadrilla de policías infiltrada en otra banda de narcos. La imagen me asalta con frecuencia. Algunas actuaciones que se dan en espacios sociopolíticos con los que simpatizo son tan inexplicables que solo adquirirían sentido si hubieran sido llevadas a cabo por personal infiltrado opuesto a cualquier opción de avance en la línea que se dice defender.
En esta situación de perplejidad me encuentro ahora cuando pretendo entender determinadas reacciones que se han ido produciendo en el marco de las protestas ante el asesinato de George Floyd a manos de un policía de Mineápolis. Entiendo la rabia, entiendo la indignación, no es para menos. Pero si situaciones como la acontecida, el diferente trato de los cuerpos de policía, en este caso en los EE UU, en función del color de piel de las personas a las que se dirigen, ¿por qué ahora?, ¿por qué así?, ¿por qué con carácter tan universal?
Se sabe que a toda fuerza de acción le sucede una de reacción. Por eso a veces me da por pensar que la acción la toman quienes pretenden rearmar la reacción. Es tan obvia la razón, tan justificada la indignación, como alto el riesgo de que una respuesta abrupta, sin plan ni estructura pueda provocar a medio plazo el efecto contrario al que se desea.
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