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Me parece encomiable que unos científicos de primer nivel hayan propuesto que expertos independientes evalúen cómo han actuado el Gobierno español y las autonomías en el abordaje de la pandemia. Está bien que a cada uno le saquen sus faltas, pero en el fondo no tengo demasiado interés en saber quiénes lo han hecho peor y quiénes merecen una medalla. Lo que de verdad me gustaría es que los encargados de realizar ese trabajo (si es que se hace) se interesen por el futuro tanto o más que por el pasado. Porque ¿de qué sirve saber dónde la hemos pifiado si no hay voluntad y medios para evitar tropezar de nuevo en la misma piedra? Si, por ejemplo, el resultado del estudio demostrase que en Castilla y León faltaron camas de UCI, que el personal sanitario se dejó el pellejo toreando sin muleta, que a día de hoy faltan profesionales en todas las áreas o que la Asistencia Primaria sigue hecha una braga, la evidencia de tantas debilidades no significa que vayan a ser subsanadas antes de que aparezca la segunda oleada, si es que no ha llegado ya.

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De los curas de mi colegio aprendí que los pecados no se perdonan si no hay propósito de enmienda. Por eso, mejor que saber qué dirigentes han cometido más despropósitos y merecen ir al infierno, es que nos digan cómo piensan evitar que se repitan las escenas que todos conocemos. Si lo logran, ellos se librarían de las llamas y nosotros del bicho.

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