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Nuestra incierta vida normal
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«La gran batalla que se avecina es la de llegara fin de mes y la va a protagonizar la clase media que pierde poder adquisitivo sin quenadie repare en la bajada de su nivel económico»Se levanta usted por la mañana, enchufa la cafetera y el contador eléctrico de su vivienda empieza a sumar como un taxímetro loco. Habrá pagado más por la leche, el café, la fruta y los bollos. Ya sabe: escasea el trigo, ha aumentado el precio ... del transporte de los alimentos y la inflación no para de causar estragos en la economía. Cuando abre el grifo del agua caliente para ducharse, se pregunta si el próximo invierno va a existir barra libre de gas o la situación, derivada de la guerra de Ucrania y las tensiones con Argelia, nos va a someter a restricciones propias de épocas pasadas.
Sale a la calle y sube a su coche. Lo que antes era un coste asumible, se ha convertido en un lujo, habida cuenta de que pagamos la gasolina a más de dos euros el litro. Llenar el depósito se ha convertido en un esfuerzo económico que cada vez resulta más prohibitivo. Acude a su lugar de trabajo y el café de media mañana en la barra del bar de siempre es más caro que hace unos meses. Lo mismo ocurre con el menú del día en el restaurante de costumbre, un par de euros arriba con respecto a poco tiempo atrás.
Si al finalizar el día tiene que pasarse por el supermercado, se preguntará en la caja qué es lo que ha comprado para que la cuenta final sea tan elevada. Sin adquirir ningún artículo fuera de lo normal pagará de media un veinte por ciento más que hace tres meses. Cuando llegue a casa y abra el buzón, seguramente encontrará una atenta carta de su banco con la renovación anual de su hipoteca sensiblemente encarecida por la subida del euribor. Y así todo…
La gran batalla que se avecina es la de llegar a fin de mes y la va a protagonizar la clase media que pierde poder adquisitivo sin que nadie repare en la bajada de su nivel económico. Las reservas hoteleras para este verano y la demanda de viajes al extranjero superan ya a las que había el año antes de la pandemia, pero todo parece un espejismo cuando se hacen proyecciones a futuro y los analistas coinciden en una severa retracción del consumo cuando la fiesta termine con la llegada del otoño. La subida de los tipos de interés y la interrupción de la compra de deuda por parte de los bancos centrales anuncian una etapa difícil que afectará a la calidad de vida de mucha gente. De momento, ya hay una pléyade importante de empresas que anuncian EREs masivos tras las vacaciones de verano.
Mientras, tenemos a una clase política ensimismada en sus propios asuntos que cada vez se alejan más de las preocupaciones y necesidades de los ciudadanos. Los partidos y sus líderes despiertan un entusiasmo perfectamente descriptible, mientras todas las señales que se atisban en el horizonte apuntan en la misma dirección de cambio de ciclo. La cosa ya no va de subir más los impuestos, sino de controlar el gasto público, propugnar la austeridad en la Administración y dejar de disparar con pólvora del rey, asesores y ministerios incluidos.
La situación es la que es y no admite más frivolidades ni actuaciones diletantes. Inexorablemente, llega la hora de la verdad y la mayoría de la sociedad ya no aspira a vivir mejor, sino a no estar peor que estos últimos años. Algo tan sencillo, y, quizá, tan revolucionario, como eso. Así es nuestra incierta vida normal, que diría, con toda la razón, Luis Rojas Marcos.
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