Pongamos que hablo de Inbiotec. Inbiotec, ya saben; o no. Sí, ese centro tecnológico que, como él mismo se define, suma más de dos décadas de vida trabajando en el desarrollo de soluciones biotecnológicas orientadas a impulsar la competitividad en diversos sectores industriales.

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Inbiotec es ... el perfecto ejemplo de la estupidez humana, de esa forma de pensar cortoplacista, insensible, que vive de lo inmediato, que adora el materialismo e ignora todo aquello que sea producto, por ejemplo, del esfuerzo extendido en el tiempo y los resultados a largo plazo.

Remarcan los americanos que la riqueza está en la investigación y en la ciencia, en el método y en el estudio. En la innovación, en definitiva. Y sí, la riqueza está en el éxito de quien fomenta esas habilidades y también en el propio fracaso, que invita a reintentar de nuevo el objetivo no alcanzado.

Claro que para obtener este tipo de éxitos es necesario algo imposible entre los gestores de hoy: la paciencia y la perseverancia, el creer en el desarrollo como motor.

En el Inbiotec de León, que llegó a tener cerca de medio centenar de personas entre su personal, apenas quedan hoy ocho investigadores. Al otro lado de sus ventanas, en sus instalaciones, hay proyectos en marcha vinculados al desarrollo de factorías microbianas, la resistencia a los antibióticos y la cromatografía de líquidos y gases para medir los antibióticos o esteroides.

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Pero hoy el Inbiotec, irónicamente situado en el denominado 'Parque científico', está abocado a su desaparición tras entrar en concurso voluntario de acreedores y encaminarse hacia la liquidación.

La ironía se multiplica si se buscan a sus patronos, a sus responsables, a quienes tendrían que haberse esforzado no por pedir la liquidación de un centro de este tipo sino por alimentar el mismo en el tiempo, década a década hasta que, con mimo, alcanzarán un éxito irrefutable.

Junta, Diputación de León y Universidad de León mecen la cuna de este centro. La primera, la Junta, salió corriendo hace tiempo, cuando llegó la crisis. Se fue precisamente quien mayor capacidad tenía para conseguir acuerdos y buscar proyectos en beneficio no solo del Inbiotec, sino de la propia ciencia y por extensión de todos los habitantes de esta comunidad.

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La Diputación tampoco puso un especial interés en saber de los problemas de un parque científico asentado sobre su propio suelo y solo la Universidad de León parece haber querido tirar del carro hasta que, por tensión, la cuerda se ha partido en dos.

Desaparecerá el Inbiotec, seguro, y lo hará como ejemplo de la poca vergüenza que acompaña a quienes gestionan la sociedad en la que vivimos y a quienes ignoran que acudir al talento como elemento de valor es una urgente necesidad.

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El problema final de Inbiotec, el que le hace desaparecer de la faz de la tierra, tiene el mismo valor que diez coches oficiales de alta gama, por ejemplo, por no realizar comparativas en gastos de representación o ejecuciones de obras inútiles. Pero las obras se ven, como las fotografías que se realizan ante su fachada, y la ciencia, claro está, a duras penas se intuye.

Si el final del Inbiotec es su liquidación y por extensión su desaparición de la faz de la tierra leonesa propongo que hábilmente se redenomine la finca que deja libre pasando de ser llamada 'Parque científico' para que se la bautice como 'Parque de la vergüenza' o 'Parque del hazmerreir'.

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Todo, entonces, tendrá mucho más sentido. Incluso con el tiempo se podría levantar un bonito cementerio como perfecta imagen de la ciencia y la innovación.

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