Una compañera, con mucha retranca, me ha regalado el libro, «Iván Redondo: El manipulador de emociones», con una dedicatoria: «Me lo envió la editorial y te lo reenvío para que tú tampoco lo leas». No ando sobrado de tiempo y no lo leeré, lo que ... no indica que me sea indiferente un personajillo que llegó para emponzoñar aún más la política y durante tres años manoseó el Gobierno de España. Su mérito está en el demérito de los que engatusó y en que supo elegir y llegar a los que llegó. Digamos que fue flecha para dianas que lo esperaban. Creo que ya son tres los libros que están en el mercado sobre el «spin doctor», algo inexplicable para «la insoportable levedad del ser» que es en realidad.

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Administrando sus tiempos, como panadero que vigila el horneado de sus bollos, ahora ha decidido pasearse por los platós y después de Jordi Évole le ha tocado turno a Susana Griso, que ya lo tuvo en su programa como comentarista político. Todo un personaje, maquiavelito Redondo ha entrado en el club selecto de Évole, codeándose con Felipe González y el Papa Francisco. Con Évole abrió el abanico de sus fantasías, pretendiendo entrevistarse a sí mismo con desigual fortuna, porque con él pinchó en hueso, pero con la Griso casi lo consigue. Además de buen aspecto, moreno, luciendo implantes capilares y sonrisa permanente, se mostró a la vez distante y cercano, reflexivo y espontaneo, dejando caer titulares como que «Pedro Sánchez es el pasado» o «A los que dicen que soy un cero a la izquierda les digo que tienen razón con la mejor de mis sonrisas». Así es él. Y habló, habló, habló demostrando que se quiere, que se admira, que se sigue y que si pudiera se sentaría en el trono del mundo porque la criatura anda crecida y va sobrada de vanidad. Lo que ha llegado a ser no le deja ser.

¿Lo echaron o se fue? Gran dilema, como si importara, media entrevista dedicada a la memez de un cese acogido entre la indiferencia y el aplauso generalizado. Dentro y fuera del PSOE y del Gobierno. Incluso una pamplina, como su cena con dos amigos de Pedro Sánchez, la envolvió en papel de misterio, pero aclarando que fueron a pedirle que se quedara. Dar solemnidad a lo intrascendente es su mérito y en eso hay que reconocerle cierta habilidad porque la Griso se tragó todos sus anzuelos. Después insistió en que, coincidiendo con el duelo por la muerte de su perrillo -otra gilipollez-, el presidente le ofreció un ministerio. Lo extraño es que Jordi Évole no le preguntara si la oferta fue para aliviarle el dolor por la muerte de la mascota, lo que a pocos extrañaría porque Pedro Sánchez puede nombrarle ministro de Cobertizos, Espetos, Cloacas, Mimbres, Recados…

Parece que por su antagonismo con Carmen Calvo, que lo tenía muy calado, el presidente quiso dejar en tablas el duelo, cesándolos a los dos, pero su versión es que «supo parar» y que le pidió que lo apartara. Zarandajas, egos y barnices de un tipo que dice que no quiere entrar en política, pero que llegó a ella para enfangarla, rebajarla, pudrirla y desviarla de su verdadero cometido. Un personajín hecho personaje porque la política en España está llena de trampantojos.

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