Las cosas importantes son las que no lo parecen. Ese es el eslogan, escrito en catalán e impreso en papel amarillo, con el que la ex presidenta del Parlament de Catalunya, Laura Borràs, ha querido llamar la atención de sus socios y compañeros de partido ... antes de que la defenestraran. Antes también de que los tildara a todos de hipócritas, travestidos en jueces. De jueces, ha dicho, ignorantes del principio más elemental de nuestro derecho, que es el de la presunción de inocencia. Traidores, en definitiva. «Les coses importants son les que no semblen».
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Parece evidente que para Laura Borràs, por encima de su condición de investigada por un presunto delito de corrupción, adjudicando contratos a dedo, lo verdaderamente importante, por no decir lo único, es la misión para la que confiesa haber venido al mundo: propiciar la independencia de Cataluña. Un principio sobre el que ha chocado de frente con su rival, y sin embargo socio teórico en la tarea segregacionista, Pere Aragonès. Para el presidente de la Generalitat, en este caso lo importante era separar, con bisturí si fuere necesario, corrupción y separatismo. Y lo esencial para él, desde hace ya tiempo, no es la independencia de Cataluña, sino mantenerse en el poder. Caiga quien caiga.
De cosas importantes, aunque en este caso sí lo parecen, han hablado esta semana los dos máximos mandatarios del mundo. Todos sabíamos que detrás de Ucrania lo que de verdad se escondía era Taiwán, y al final la isla rebelde ha terminado por aflorar en el tablero internacional. El eslogan de Xi Jinping, en esta ocasión, no ha sido tan elaborado, aunque sí bastante metafórico. Los que juegan con fuego morirán por él, dicen que le ha dicho, no sabemos si en chino o en inglés a Joe Biden. Más paradojas parlamentarias: ahora resulta que los republicanos más recalcitrantes, los que siguen soñando todavía con que Trump regrese al poder, se han puesto por primera vez en su historia del lado de Nancy Pelosi, su antigua bestia negra, que insiste en viajar a la vieja Formosa diga lo que diga Xi.
Y en medio de todo esto, el de siempre. Es decir, Putin, del que dicen que en su día consiguió poner a Trump al frente de los Estados Unidos y que ahora es el principal responsable de la caída de Draghi en Italia. El títere, en realidad, con el que China mueve en Europa sus intereses planetarios. ¿O es al revés? No es fácil de saber, porque las cosas importantes son las que no lo parecen…
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Otro duelo en la cumbre, esta vez más cerca de casa, es el que han mantenido el jueves el presidente de la Junta de Castilla y León y el presidente del Gobierno. También aquí con cambio de rumbo: ahora el soterramiento del tren en Valladolid se coloca en lugar prioritario en la agenda, después de tantos vaivenes como ya es incapaz de registrar nuestra memoria. Una «jugada de trilero», dice el alcalde de Valladolid, con temor a quedar atrapado entre el fuego amigo y el enemigo. Si el soterramiento vuelve a ser ahora, como dicen, un proyecto esencial para Valladolid, ¿cómo es que ha parecido no serlo durante tanto tiempo? Una vez más, por encima de lo que se dice, e incluso de lo que se hace, lo que queda es lo que queda: buscar el mejor modo de quedar por encima del rival. Esta vez, sin embargo, antes que con el eslogan de la Borràs yo me quedaría con aquello que dijo el nunca suficientemente reivindicado Benavente: «No está mal una mentira cuando defendemos con ella una buena verdad».
La verdad es que nos vamos de vacaciones dejando para septiembre demasiadas cosas importantes, aquí como en la China neocapitalista. Lo parezcan o lo dejen de parecer.
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