El Gobierno nacional está diseñando la futura prueba de acceso a la Universidad (EBAU). Sería deseable una reflexión racional y sosegada porque es un asunto crucial de la política educativa de nuestro país: la respuesta al problema de qué tipo de formación queremos que tengan ... nuestros escolares y universitarios, ya que la EBAU es la puerta que comunica ambos mundos. Y sería deseable una respuesta no partidista, aunque sé que esto es hoy por hoy imposible y que es difícil el equilibrio razonable entre la derecha escolar, con su discurso de la calidad (esfuerzo, evaluaciones, exigencia de nivel) que en su peor versión desemboca en elitismo segregador en favor del alumnado mejor dotado intelectualmente y de familias más ricas, y la izquierda escolar, con su énfasis en no dejar a nadie atrás y en la equidad que puede convertirse fácilmente en populismo escolar y desplome del currículo, lo cual, paradójicamente, perjudica sobre todo al alumnado con menos recursos –este es el que siempre pierde– porque el que tiene más se buscará la vida al margen del sistema público. Hay un riesgo real de efecto bumerán en este sentido, como lo hubo, salvadas las distancias con la ley del sólo sí es sí.
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Hacen falta las mayores dosis de calidad y de equidad educativas al mismo tiempo y no enfrentadas: a esto lo llamo yo un sistema educativo decente. Y es algo no utópico porque los Informes PISA muestran que Comunidades como Castilla y León, Galicia o Asturias se acercan bastante a este ideal.
En este contexto, la cuestión de la EBAU es fundamental. Mi equipo de la Consejería de Educación elevó en su día la cuestión de la EBAU única a problema político nacional… sin éxito alguno. Ciudadanos fue el único partido que cogió el guante porque en ese momento ni gobernaba nada ni tenía en su programa educativo mayores objetivos (salvo la ayuda en material escolar y las generalidades previsibles); además, coincidía con su ideario centralista. El Partido Popular, con el ministro Méndez de Vigo a la sazón, dedicado a apagar los peores fuegos provocados por Wert, no quería meterse en asuntos de calado para no abrir nuevos frentes. El PSOE se mostró siempre reticente porque no quería enemistarse (entonces y ahora) con los nacionalistas.
Y, sin embargo, insisto, este es un asunto crucial. ¿Por qué? Desde luego, un examen que jerarquiza la entrada a cualquier facultad de España, sobre todo de ciencias de la salud, de cualquier alumno/a sin tener en cuenta que ni el bachillerato ni el nivel de exigencia de la EBAU es el mismo (ni aproximado, por decirlo piadosamente) en todo el territorio, es absolutamente injusto y arbitrario. Haría falta una prueba única o una aproximación seria de los sistemas de evaluación entre comunidades como, por lo demás, tienen todos los países comparables al nuestro. La presión de los nacionalistas, que gobiernan en sus respectivos territorios y también en muchos otros temas de ámbito nacional como es la educación (lo vemos ahora de nuevo con la reforma universitaria), lo impide también aquí.
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La EBAU ya no sirve para el objetivo que nació: diferenciar el grado de madurez intelectual del alumnado en orden a su potencial ingreso en la Universidad. La EBAU la aprueba y con notas altas casi todo el mundo. Entonces, ¿por qué seguir haciéndola? Esta es la pregunta clave. Si pensamos primero el 'para qué' podremos contestar el 'cómo'. A mi juicio, la EBAU sigue teniendo sentido y quizá más que nunca como evaluación que cumple dos objetivos. El primero es elevar el nivel o la densidad de aprendizaje (de contenidos y competencias) del bachillerato. Sin una EBAU única en el país y muy exigente, el bachillerato se desploma y, como consecuencia, también el nivel de los estudios universitarios. El debate nacional sobre una EBAU única no consiguió ese objetivo, pero sí logró que las comunidades más exigentes (también la nuestra, muy a mi pesar) relajaran su rigor para evitar seguir haciendo el primo. Luego vino la pandemia y la rebaja de nivel (razonable en ese momento) ha llegado, sin embargo, para quedarse y ampliarse. Por no hablar del populismo escolar del aprobado para todos, la crítica al principio de mérito, la exaltación de la ideología de la felicidad del escolar mientras le espera un mundo laboral crecientemente despiadado, y otras genialidades de este tenor que están instaladas en la trastienda mental de muchos de nuestros gobernantes y profesores.
Segundo objetivo: una EBAU única y exigente es la única herramienta para tratar de modo igual al alumnado de la concertada y de la pública y al alumnado de las diferentes comunidades autónomas. Una EBAU flácida como propone el Gobierno (aunque lo enmascare –cínicamente: es decir, sin poner un euro más– con la jerigonza de las concepciones educativas de vanguardia y el aprendizaje por competencias) paradójicamente beneficia sobre todo al alumnado de aquella concertada que infla notas y perjudica al alumnado de la pública de las comunidades autónomas de peores resultados académicos. La verdadera equidad se logra, en mi opinión, asegurando la calidad de la pública de un modo semejante en todo el territorio nacional ¡Se deben garantizar los derechos y la educación a todo el mundo por su código genético y no por su código postal!
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