'Imbécil'

En mi pueblo había un cerdo macho que se había ganado el derecho a vivir en las mejores condiciones para los de su raza. Tenía la cuadra de cemento y se limpiaba dos veces al día. Había un ventanal y el sol le llegaba directo para acompañarle a la hora de la siesta. A él le cocían las patatas antes de caer en el comedero y contaba con varias horas de recreo en el patio. Un lujo para la época.

Hasta que le llegó su hora vio pasar por sus cuarterones a un incontable número de hembras y sus dueños tuvieron tiempo de cobrar por aquellos servicios bien prestados, que en realidad eran tiempo de disfrute para el puerco.

Vivía como un rey, ciertamente, pero nunca dejó de ser un cerdo.

Aquellos recuerdos de la juventud rebrotan ahora cuando se aprecia el escenario político. Si suceden ese tipo de motivaciones, si nos asaltan estos paralelismos, algo no debe de estar marchando bien en esta sociedad.

O mucho han mejorado los cerdos y su calidad de vida, o mucho ha decaído la clase política, en otro tiempo lúcida, bien argumentada, con empaque histórico y una capacidad dialéctica fuera de lo común.

Hubo un tiempo en el que el hilo conductor de la clase política eran los debates entre Cánovas y Sagasta, dos ilustrados que evidenciaban el arte en el debate y toda su grandeza.

Eran tiempos en los que el argumento y la dialéctica estaban muy por encima del rebuzno y la tontería. Tiempos en los que subirse al estrado, o escuchar desde la bancada, suponía un ejercicio de dialéctica maravillosa que incluso podría estudiarse en el mejor de los colegios de pago.

Nada queda de aquello. El peor concejal de hace dos décadas podría ser hoy el mejor alcalde. Y la expresión admite todo tipo de equivalencias.

La política de hoy, y sus políticos, nos regala recreaciones de las peores escenas del Bronx más profundo. Allí, entre la chatarra y los pandilleros, se escuchan diálogos mucho más interesantes de los que ahora provienen de las sedes parlamentarias.

El mejor ejemplo fue visible la pasada semana en las Cortes de Castilla y León, la casa de todos, el escenario del pueblo, el ejemplo a seguir, el espejo de la identidad, el decoro y las costumbres que todo buen habitante de esta tierra debería seguir.

En ella, Francisco Igea tuvo a bien apurar la ironía y el sarcasmo, la ironía con un punto de burla, si se quiere. Vox, ciertamente, da para este tipo de tentaciones.

La respuesta tuvo mucho de lo que hoy es la política: un terremoto de vísceras.

'Estúpido' le espetó el vicepresidente de la Junta de Castilla y León a un compañero y señoría de cámara.

Y fue justo en ese momento cuando se me vino a la cabeza la imagen del gorrino de mi pueblo, con el hocico envuelto en la mierda y orines, con sus patas relucientes en su amplia cuadra con cemento y con las patatas calientes en el comedero.

Aquel gorrino nunca pudo llegar a más hasta su sacrificio, como difícilmente llegará a más quien cree que la política es el argumento del vómito y el insulto. Siempre fue un cerdo (el gorrino).

Efectivamente, a esto hemos llegado. Y estos (políticos) son los que a todos nos representan.

Enhorabuena.