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La cosa es que Igea y Puente se han metido en el debate nacional, que es el vivir, ahora que las tardes se acortan y el tiempo se enlaguna. Si para Puente Ayuso tenía un desequilibrio mental, para Igea, Sánchez es un «estratega», que es ... una forma elegante de llamar al narcisismo gobernante, el sanchismo, que veranea entre rebrotes como Cristo caminó entre las aguas. Con estas meadas fuera del tiesto competencial, lo que se va poniendo de manifiesto es una realidad que, nos guste o no, van a sufrir nuestros hijos: el desgaste del Estado de las Autonomías.
Porque esto de los estados de alarma autonómicos, aun con encaje legal, es la última ocurrencia de un Sánchez perdido y desarmado de todas las batallas. Ya llegamos tarde a todo y ahora, en la enésima muestra de resiliencia, se nos hace más difícil comprender esta dejación sanchista cuando más aprieta la realidad.
Porque cuando Puente e Igea se meten en el cogollo nacional, mi perro Lupo y yo, que somos analistas políticos a ratos, sabemos que ya hemos superado el divertimento de lo de Ponce y que la cosa va en serio. Es el fin de verano lo que estamos viendo con estas sobradas de Puente e Igea, con razones que son amores. Y todo cuando los consultorios siguen cerrados en el páramo, en el Órbigo, en Los Torozos....
Todo se va nublando, y habrá que explicar a nuestros hijos en casita a Fernando VII, la anarquía o quién fue Isabel Celaá.
Ha refrescado demasiado, en el entretiempo hay espacio para pensar. Quiero el frío, que me libera de lo que digan Igea, Puente y la mascarilla guarrindonga de Fernando Simón. Frío.
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