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El señor Igea, vicepresidente de la Junta de Castilla y León, ha llamado a rebato desde todos los campanarios. El país arde, nunca se ha enfrentado a una situación tan crítica, hasta los muertos se revuelven en sus tumbas ante el infame pacto firmado por ... PSOE y Podemos –Pedro y Pablo, parecen los Picapiedra– para intentar formar gobierno. Qué habrá acordado esta gente para que casi se nos convoque a un motín como el de Aranjuez. Leo los diez puntos del acuerdo. Justicia fiscal, muerte digna, derecho a la cultura, convivencia constitucional en Cataluña, lucha contra el cambio climático, autónomos... Tampoco me parecen tan terribles. Pero Igea, que ayer tuvo ocho diputados y hoy no tiene ninguno, está dispuesto a entregar Castilla y León –como si le perteneciera– y Andalucía –como si fuese suya– a los socialistas para que no se rindan al demonio de Podemos. Solo le falta ofrecer a su primogénito por la salvación de España. A la crítica de ese pacto también ha acudido Soraya Rodríguez, eurodiputada, mujer de sólidos principios y lealtades a prueba de tentaciones. Castilla y las esencias españolas.
Villegas, que ahora rige Ciudadanos, le ha dicho a Igea que no se meta donde no le llaman. Que se calle, vamos, que no anda el horno para bollos. Aunque puede que Igea, con su furor patriótico, ande buscando nuevos destinos, a la manera de Soraya Rodríguez. Al fin y al cabo, viajaron juntos en tren. Lo que de verdad tendrían que contarnos estos señores es que con su cortedad y la de su antiguo jefe de filas, Albert Rivera, hemos llegado a este incierto destino. Son ellos, para bien o para mal, los responsables del crecimiento de Vox; de que Podemos llegue al gobierno y de que los independentistas gocen de una influencia decisiva. Si Rivera hubiese permitido el gobierno en abril, si se hubiera alzado como garantía de estabilidad, como verdadero hombre de Estado centrista, hoy sería el primer candidato a la Moncloa y gozaría del favor de toda Europa. Pero incomprensiblemente, se suicidó en favor de Vox y del PP.
Los debates, señor Igea, se abren en su momento, como hicieron algunos de sus comilitones que se marcharon, y los platos rotos los paga uno con su dinero, no con el gobierno de Castilla y León.
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