Igea anda por ahí cual novia despechada, inocente novicia a la hayan robado con engaño su inocencia, ay. Y no es para menos.
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Mientras Mañueco estaba a otras cosas y vivía en la Arcadia feliz, Igea asumía en la Junta el papel de diana de ... todos los dardos, blanco al que derribar con perdigonadas en la caseta de feria. En esa coalición forjada a regañadientes y en lo peor de la pandemia le tocó dar la cara y comulgar con ruedas de molino, tomar decisiones drásticas e impopulares y adoptar un código de principios parecido al de Groucho Marx. No eliminó chiringuitos ni limpió los establos como hiciera Hércules en uno de sus doce trabajos pero desde su Consejería de Transparencia y asuntos varios, ventiló un poco las mohosas dependencias de la Junta.
Rescató al PP del naufragio electoral y con sus capotazos al quite le evitó en marzo una buena cornada tras el amago de abordaje de un Tudanca hechizado por los cantos de sirena que venían no solo de Ferraz. ¿Y todo para qué? Para acabar repudiado y abandonado en la gasolinera sin reconocimiento alguno por los servicios prestados. Las dos caras de la moneda que suele gastarse en política.
Ahora, tocado por un estrés post-traumático como el del coronel Kurtz de Coppola, pone como chupa de Dómine a Mañueco cada vez que tiene oportunidad. Se abre el telón electoral y el programa de debates. Se palpa tal resentimiento en el ambiente que me malicio yo que algunos pensarán en cachearlo antes de entrar en el estudio.
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