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Ibarrola

Somos idiotas

«Yo confieso que además de idiota, en mi infructuoso intento de hallar un mínimo de razón pura en las providencias del boletín de cada fin de semana, lo que me siento es un poco imbécil»

Carlos Aganzo

Valladolid

Sábado, 24 de julio 2021, 08:39

Al fin lo reconoció. No sé si usando el plural mayestático para hablar de sí mismo o si extendiendo la cosa al común de los que nos gobiernan. Y de los que nos dejamos gobernar. Pero sí, es verdad: «somos idiotas», como ha dicho el ... vicepresidente Igea antes de implementar, vía boletín, la parte contratante de la enésima parte de las medidas de restricción sobre la pandemia. Somos idiotas o, lo que es lo mismo, tropezamos una vez y otra vez, y otra y otra y otra más con la misma piedra. Con arrogancia, con devoción, con sevicia. Y todo por no reconocer que en el mundo de las órdenes y los mandatos lo que se impone es la verdad socrática: solo sabemos que no sabemos nada.

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Idiotas en el sentido latino del ser ignorantes. Pero sobre todo en el sentido etimológico griego del no saber ocuparse en modo alguno de la cosa pública. De vivir únicamente pendientes de los intereses privados. Idiotas con redes sociales y teléfonos inteligentes para informarnos, según el lugar de España en el que nos encontremos, de cuántos nos podemos sentar alrededor de una mesa. De a qué hora nos van a pedir amablemente que nos levantemos de la cena. De si se pagan o no se van a pagar las multas que nos imponga la policía por vulnerar el toque de queda.

Idiotas de norte a sur de la Península Ibérica. Y a veces idiotas especialmente empecinados en territorios de gracia como el de Cataluña, donde la polémica sobre quién debe pagar los 5,8 millones de fianza de los imputados por el «procès» sigue encendida. A pesar de la decisión del Tribunal de Cuentas. Tratar de financiar con dinero público a quienes han utilizado lo público como idiotas, es decir, exclusivamente en beneficio de sus intereses particulares o de partido, se parece mucho al colmo de la idiotez. Pero la cosa tiene todavía sus defensores: la exoneración de los embargos privados en aras del bien común… Somos idiotas.

Menos mal que, en medio tanto desorden, llega por fin algo que nos ilumina, que nos unifica, nos iguala, nos sostiene. Que nos reafirma como seres humanos. Han llegado, aunque sea perturbadas por noticias de positivos y negativos, de contagios, 'peceerres', antígenos y otras yerbas, las sacrosantas Olimpíadas. El último consuelo frente a la idiotez de nuestros días. El bálsamo que borrará, una vez más, toda capacidad de resistencia ante la arbitrariedad caprichosa de las decisiones de los gobiernos de taifa. Benditas sean.

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«Nunca discutas con un idiota -dice Kant-. La gente podría no notar la diferencia». Yo confieso que además de idiota, en mi infructuoso intento de hallar un mínimo de razón pura en las providencias del boletín de cada fin de semana, lo que me siento es un poco imbécil. Etimológicamente hablando. Es decir: necesitado de un báculo, de un bastón para caminar, para sostenerme. Débil, en el buen sentido de la palabra imbécil. Será que empiezo a descubrir que hay cosas, como el universo, la idiotez ontológica del ser o las borracheras de los británicos en Mallorca, que verdaderamente no tienen límites. Nos queda el medallero olímpico. Y las casas con terraza o con jardín para resistir den soledad el calor más allá del toque de queda. Ojalá que llueva café en el campo.

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