Raro es el día que no escucho que el Gobierno quiere dar mascarillas a todos los españoles, sin importar ni raza, ni sexo ni el partido al que vote cada cual. La consigna parece ser «embocémonos todos en la lucha final», aunque con un detalle ... revelador: solo hay tapabocas en contadísimas farmacias y las que venden son de las llamadas quirúrgicas, que duran cuatro horas. Nos lo están haciendo desear tanto que el día que encontremos las buenas, además de agradecer la gestión al boticario, empezaremos a usarlas como si fueran el bálsamo de Fierabrás, poción mágica que curaba todas las dolencias del cuerpo, incluyendo el coronavirus. Pero mientras llegan, aquí cada cual se apaña como puede, incluso después de haber escuchado las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud, según la cual solamente deberíamos usarlas en la calle si creemos estar infectados porque «puede ser peor el remedio que la enfermedad».
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En su afán por echarnos una mano, casi todos los medios informativos ofrecen ideas para hacerse máscaras caseras, como una que recomendaba utilizar sábanas o camisetas de algodón sujetas con cordeles o gomas para el pelo. Y no sé qué piensan ustedes, pero a los mayorones como yo estas técnicas, salvando las distancias, me recuerdan a los zapateros remendones, los afiladores de cuchillos y tijeras que iban por los barrios, y las garitas donde se cogían puntos a las medias.
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