![La iconoclastia ¿un acto de cultura o de barbarie?](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202008/21/media/cortadas/NF0RSUZ1-kAyE-U1101114167074WmG-1248x770@El%20Norte.jpg)
![La iconoclastia ¿un acto de cultura o de barbarie?](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202008/21/media/cortadas/NF0RSUZ1-kAyE-U1101114167074WmG-1248x770@El%20Norte.jpg)
Secciones
Servicios
Destacamos
Un afán iconoclasta recorre el mundo. Cuando la ley de la Memoria Histórica del 2007 proponía, en su artículo 14, «la retirada de escudos, insignias, placas y otros objetos o conmemoraciones», parecía fácil. Bastaba con saber si esos objetos celebraban o no la sublevación militar ... que encabezó Francisco Franco para quitarlos de en medio porque ofendían. Siempre quedaba la duda de si ofendían a la sensibilidad moral o porque representaban un régimen desaparecido. Pero la prueba de que esto de renombrar las calles o cambiar los monumentos se ha complicado es que la ola iconoclasta actual, dirigida contra representaciones de la esclavitud, el racismo o el colonialismo, se está llevando por delante, además de personajes impresentables, otros admirables. En Barcelona, por ejemplo, se ha demolido la estatua del Marqués de Comillas, quien pese a ser gran benefactor de la ciudad, no pudo ocultar que antes fue Antonio López, un buscavidas que hizo fortuna con la trata de esclavos. Pero en California los que peligran son Colón, Cervantes y hasta Fray Junípero Serra. Significativo es el gesto de una concejala podemita del pueblo nativo del fraile franciscano, en Mallorca, que embadurnó su estatua para mostrar su disconformidad con la conquista. La obra de este religioso sería, sin embargo, comparable a la mejor ONG de nuestro tiempo.
¿Qué es lo que se quiere demostrar realmente con esas sustituciones, decapitaciones o demoliciones? Caben dos respuestas: o bien afirmar nuestra superioridad moral y, por tanto, la crítica a ese pasado vergonzoso que nosotros en ningún caso aprobamos ni reproduciríamos; o bien, que no son los de los nuestros. Esto suena muy cínico pero es lo que ha mandado. Hemos hecho como los romanos: colocar las cabezas de los nuevos vencedores sobre los bustos de los anteriores, casi siempre, vencidos.
Pero la ola iconoclasta actual dice tener sentido moral. En el fondo, nada nuevo ya que todo monumento tiene algo de sagrado pues nos saca de la monotonía, de lo vulgar, para llamarnos la atención sobre algo más valioso –un personaje, un acontecimiento- que debería ser una señal en nuestra vida. Los monumentos son como las fechas en rojo del calendario. El problema es que los valores se moldean como la plastilina, a gusto de cada cual. ¿Habría manera de encontrar criterios para valorar esos testimonios del pasado que fueran compartidos por todos y que fueran de provecho para las generaciones futuras?. Aquí se impone un debate sereno que no ha existido y que es necesario.
Creo que habría que distinguir entre lo que ya existe y cómo habría que hacer las cosas a partir de ahora. En relación a los nombres de las calles o a los monumentos que decoran los espacios públicos, habría que encontrar un equilibro entre mantenerlos, como testimonios de la historia, y eliminar lo que resultara hiriente para algún grupo social. Eliminar por sistema, como pide el artículo 14 de la susodicha Ley, es un error. En el frontispicio del edificio central del CSIC en Madrid, un edificio aprendiz del estilo fascista, había un texto en latín que ensalzaba el patrocinio de Franco a la investigación. Desde hace unos pocos de año se le ha dado la llana y ya no se lee nada. Cómo si la cal pudiera borrar de la historia la ignominia que supuso para la cultura y la investigación el régimen franquista. Es verdad que esa parte de la historia avergüenza más que honra pero si nos avergüenza tanto es porque nosotros hemos sido parte de ella. Solo la superaremos, reconociéndolo y no ocultándolo a las generaciones posteriores. Habría que dejar las calles con sus nombres originales, indicando, eso sí, la fecha del nombramiento y quien era el alcalde y quien el jefe de Estado. No es lo mismo si el alcalde de Madrid era Arias Navarro o Tierno Galván. Habría que hacer con esos nombres lo mismo que con los estilos arquitectónicos. Lo que agrada de una ciudad tan italiana como Segovia es que allí conviven el románico, el gótico, el renacimiento, el barroco…Lo que apena es una ciudad como Buenos Aires que, presa del furor ario en el siglo XIX, destruyó todos los barrios coloniales porque imitaban el estilo semita (andaluz). La piqueta solo respetó el de San Telmo, porque quedaba a trasmano (y hoy es el orgullo de la ciudad). Los negros no tienen por qué aguantar el nombre de Colbert, el ministro de Luis XIV que redactó el Código Negro que sentenció legalmente a los esclavos, pero harán bien en conocer a Bartolomé de las Casas y a Junípero Serra, que son parte de su liberación, aunque acompañaran a los colonizadores.
Y, respecto al futuro ¿cabría acordar criterios sobre cómo nombrar y monumentalizar la ciudad?. Un criterio fundamental, que podría lograr el consenso, es dar el nombre a las calles de víctimas a las que se les negó todo lo que es una calle siempre debe ser: un espacio público de libertad. ¡El valor pedagógico que tendría en el País Vasco, por ejemplo, ver en lo alto de la calle el nombre del vecino asesinado!. No habría mejor forma de expresar la voluntad de hacer mejor las cosas. Importa en cualquier caso que el criterio sea acordado por la inmensa mayoría de suerte que todos los que por allí vivan o pasen se encuentren cómodos, gobierne quien gobierne.
Lo que puede ayudar en esa búsqueda es aclarar bien el sentido que tiene el dar nombre a una calle: no se pretende tanto honrar a alguien cuanto crear un recordatorio que invite a la reflexión. Y a eso se puede prestar un nombre propio o un acontecimiento, sea luctuoso o gozoso. Existe en Berlín un monumento, la Columna de la Victoria, erigida en el siglo XIX para recordar la victoria prusiana sobre Francia, Austria y Dinamarca. Está coronada por un ángel que vuela majestuoso sobre los soldados enemigos vencidos que decoran la base de la columna. Ahí se alimentó el nacionalismo alemán que llevó al desastre. Hoy esa misma columna es vista por las nuevas generaciones como el monumento de la catástrofe porque no dirigen la mirada hacia la victoria del ángel sino que se detienen en los cadáveres y escombros que ha provocado. En el fondo, todo documento de cultura lo es también de barbarie. Deberíamos saber qué lección queremos extraer.
Noticia Relacionada
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.