Miquel Iceta ha sido un personaje clave en la política catalana, y ahora, encumbrado en aparente carambola hasta el Ministerio de Administración Territorial y Función Pública, reforzará previsiblemente la coalición de gobierno que dirige Pedro Sánchez. Porque Iceta ha sido el hilo conductor tanto de ... la estrategia de Sánchez en el Estado como de una fórmula conciliadora en Cataluña que ponga a medio plazo fin al conflicto abierto por los soberanistas, con la ayuda impagable del nacionalismo español.
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Iceta, que llegó al socialismo de la mano de la fracción catalana del PSP de Tierno Galván, inició su carrera en 1987 en el PSC como concejal en Cornellá, en el Baix Llobregat, una asociación muy influyente en el partido. Trabajó con Narcís Serra en Madrid desde 1991 y fue diputado nacional durante la primera legislatura de Aznar. En ese puesto se lució como parlamentario, función que perfeccionaría en el Parlamento de Cataluña, en el que ingresaría en 1999.
Fue ponente del nuevo y desafortunado Estatuto, y por sus buenas relaciones con Zapatero ingresó en 2008 en la ejecutiva del PSOE para convertirse en el principal nexo entre las dos formaciones (como es sabido, el PSC tiene personalidad política y jurídica propias), en tanto el PSC, desgastado por el tripartito, se desangraba con la salida de quienes, en línea con los nacionalistas, reclamaban un referéndum de autodeterminación. Cuando Pere Navarro, incapaz de contener la sangría, dimitió en 2014 del liderazgo del PSC, Iceta se convirtió en primer secretario a través de unas primarias a las que no concurrió nadie más. Sus convicciones eran firmes: no era posible un referéndum, la Constitución mantenía todo su vigor y el PSC estaba en principio dispuesto a cualquier pacto que excluyera la secesión. El federalismo podría ser una receta para resolver el dilema catalán.
Iceta siempre ha creído en la versatilidad en la política democrática, mediante pactos concretos y bien establecidos que preserven la identidad de cada actor, si bien el lugar del socialismo es el centro izquierda y el aliado natural del PSC en Cataluña había de ser por tanto los comunes, al igual que Podemos con respecto al PSOE en Madrid. Aquella versatilidad se manifestó en un cúmulo de pactos municipales de distinto signo, allá donde fuera reclamado su concurso en aras de la gobernabilidad.
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Esta visión le fue particularmente útil a Pedro Sánchez cuando fue 'depurado' por su propio partido por quienes pensaban que el secretario general del PSOE tramaba formar gobierno con Podemos y con el apoyo del nacionalismo catalán de izquierdas. Iceta no sólo participó de aquellas ideas y fue el único barón que respaldó sin duda a Sánchez en su etapa de ostracismo, sino que ordenó a sus diputados que votaran negativamente a la investidura de Rajoy en octubre de 2016, rompiendo la disciplina impuesta por los autores del golpe en Ferraz.
En 2017, el PSC, que había apoyado el 155, obtuvo un resultado aceptable, que fue creciendo e importancia a medida que se desvanecía Ciudadanos (Arrimadas no tardó en marcharse de la política catalana), y en la actualidad, las encuestas le auguraban un buen papel en las autonómicas del 14-F, si finalmente se celebran ese día. Pero surgió Salvador Illa, un personaje voluntarioso, serio, singular, eficaz, trabajador, con apariencia de ciudadano honrado, que agradó, como ha dicho algún analista, a los catalanes que ven el telediario en castellano y siguen los debates de La Sexta. La clientela que le faltaba al PSC para recuperar las mayorías que en su día había alcanzado Maragall.
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Así las cosas, la jugada era clara: Illa sería el candidato del PSC en las elecciones catalanas, con la esperanza de un pacto PSC-comunes respaldado por otras fuerzas, en tanto Iceta -siempre ha habido un representante del PSC en los gobiernos socialistas- saltaba al Gobierno de la nación, al puesto que Carolina Darias dejaba vacante al ocupar Sanidad. De esta forma, el Gobierno añade una pieza que refuerza la relación entre Sánchez e Iglesias, potencia la opción catalana de los constitucionalistas y aporta a la primera línea política a un gestor eficaz, con gran capacidad de diálogo y de iniciativa.
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