El hundimiento

La Cantina del Calvo ·

Entre confinamiento y confinamiento hemos asistido a la debacle de un club que no hace mucho era un modelo de gestión deportiva y que hoy se ha convertido en poco más que en el hazmerreír de sus rivales

Sábado, 3 de octubre 2020, 10:11

Hacía tiempo que no se hablaba de deporte sobre esta barra, incluso de fútbol, no me pregunte por qué. Quizá porque en estos pandémicos tiempos que nos toca vivir, todo lo que no sea hablar de cifras, curvas, vacunas y restricciones haya pasado a un ... tercer plano, o puede que se deba a que el deporte rey sin espectadores no es más que un príncipe destronado. Lo mismo da. El caso es que entre confinamiento y confinamiento hemos asistido a la debacle de un club que no hace mucho era un modelo de gestión deportiva y que hoy se ha convertido en poco más que en el hazmerreír de sus rivales. ¿Y qué ha pasado para que ese alumno aventajado se haya convertido en el tonto de la clase? Una junta directiva encabezada por un presidente incapaz. Un listo con gafas, sí, pero de esos que no aprueban ni copiando y que se dejan mangonear el almuerzo durante el recreo.

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A los hechos me remito.

Podrían establecerse varios comienzos de ese fin, pero yo tengo clavado aquel verano del 2017 en el que alguien susurró al oído del presidente que Verratti era un jugador indispensable para el nuevo proyecto blaugrana y, estando convencidos de que estaban por encima del bien y del mal, decidieron hablar directamente con el jugador saltándose al club. Si, total… ¿quiénes son esos muertos de hambre del PSG? Son los que terminaron llevándose a Neymar y lograron retener a Mbappé, su jugador estrella, que, en un ataque de celos tras la incorporación del brasileño se había ofrecido al Barça. Bartomeu —que tiene un ojo deportivo que ya quisiera Monchi—, consideró que no era el momento. Que ya vendría. Bravo. Con los 222 kilos en las arcas del club no se les ocurrió nada mejor que fichar a Dembélé y a Coutinho, jugadores ambos de similares características, por casi 300 millones. Una ganga, oiga. En Anfield lloraban de la risa.

Y cuando parecía que habían alcanzado la cota máxima del ridículo llegó el vodevil de Griezmann. El francés, icono colchonero del momento, había manifestado que su corazón era rojiblanco desde antes incluso de ser concebido y rechazó la oferta del Barcelona. Bartomeu, solicitante solícito como pocos, tiró de cartera. Otros 120 millones por el crack. Catacrack. Después llegaría el bochornoso intento por recuperar a Neymar, la aberrante salida de Valverde tras el frustrado intento por colocar a Xavi en el banquillo, o cosas tan hilarantes como las de Boateng, Braithwaite o Setién. Y la humillación ante el Bayern.

Y cuando parecía que habían sobrepasado los límites de la necedad no se les ocurre otra cosa que hacer borrón y cuenta nueva empezando por su estandarte. Messi puede ser o no el mejor jugador de la historia, pero lo que no se puede poner en tela de juicio es que se trata del mejor jugador de la historia del F.C Barcelona. Pero nada de eso cuenta cuando cuentas con un Bartomeu a los mandos. Ahí tienes la puerta, majete. Esa puerta por la que ya han salido sin decir adiós jugadores de la talla de Arthur, Rakitic, Vidal y Suárez. Suárez, mamita querida. Hay que ser botarate para darle la patada y regalarlo a un rival directo. Sueño con el partido en el que el uruguayo haga un hat trick en el Camp Nou para compensar la merecida despedida que no le han querido dar. Me pregunto qué estarán pensando jugadores como Aleñá, Riqui Puig o Ansu Fati al asistir al trato que se les dispensa a quienes han sido el espejo en el que mirarse.

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Así las cosas, con el proyecto deportivo menos ilusionante de los últimos años y con una moción de censura en curso en la que se han recogido más e 20.000 firmas, la actual junta directiva sigue empeñada en agarrarse a un escudo que ya no asusta a nadie y que, o alguien se o impide, o conseguirán hundirse con él.

Tiempo al tiempo.

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