Las llamas se han producido a decenas de kilómetros, pero la huella del monstruo de fuego se ha colado en nuestras retinas y ha despertado el olfato. El cielo de Valladolid, aunque despejado, ha dejado constancia del mal trago de nuestros vecinos. Un sutil manto ... plomizo apreciable a simple vista y un ligero olor a quemado que nos ha colocado frente a frente con la desgracia que se vive en el medio natural más próximo.
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Ni es calima, ni es una alucinación olfativa. Los vientos cambiantes han transportado hasta Valladolid restos de los grandes incendios forestales de Ávila y Zamora. Los conocidos pirocúmulos, nubes nacidas al calor de la combustión, se han situado con menor intensidad como boina sobre nuestras cabezas, pero, como la propia contaminación, en silencio, amenaza la calidad del aire que respiramos, incluso lejos de la zona cero.
Es la reacción del medio ambiente a la agresión, un acto reflejo a una acción fortuita, intencionada o imprudente, pero una reacción. Es el lenguaje ante la amenaza. Una respuesta que no se concreta con palabras o sonidos, sino con partículas en suspensión que hacen menos saludable el entorno.
Es la vida misma, recibimos lo que damos. Acción-reacción. Una huella demasiado cruda que debería despertar conciencias. Así que, seamos cautos y respetuosos porque hay vidas en juego, incluso la tuya.
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