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Honorífico
Intruso en El Norte ·
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Intruso en El Norte ·
La cuestión es que mi texto iba sobre lo que queremos y lo que quisimos a Manolo Alcántara en este periódicoAuno, cuando le dan un accésit de algo literario, se le va quedando cara de Errejón, complejo de Cholo Simeone, alma de pueblo vaciado por urbanitas hipsters y una tristeza que hay que disimular porque menos es na y na es eterno, que diría ... un calé. Sobre esto creo que teorizaba en sus memorias Jiménez Lozano, y es cierto que quedarse en el cajón tiene algo de inmanencia y del no de las niñas.
Me quedé finalista del Unicaja de Periodismo como me quedé el sábado pasado a tres metros de Carlota de Mónaco en el Hay Festival: cierto es que todo fue después de que alguien le pusiera un paraguas negro a la princesita. Yo, dolido, me fui a charlar con Juan Bravo y a echar unos versos libertarios en compañía de Aganzo y Anna Grau: todo en un crepúsculo que para mí se queda. Segovia sí que andaba como de premio, no quedó una habitación libre y tuvimos que volvernos en el coche de algún poeta con carné y 0,0 en sangre.
Una mención honorífica tiene el prestigio de los escudos nobiliarios que en la pared del caserón se van desgastando. Yo soy acaso ese león rampante que ya no rampa por causa del verdín, de las heladas, y del tiempo que llega. Esto de morir en la orilla con honor –mención honorífica– me recuerda a los personajes melancólicos de Pérez Reverte, si bien es verdad que aquí hemos pasado de cuartos. En mi sala de trofeos solo hay una medalla, el diploma de la licenciatura, una medalla de latón y un cartel de toros en el que aparezco con Paquirri y el bombero torero: todo muy simbólico, y cañí y canallita.
Quizá vivir/escribir no sea otra cosa que saltar de espontáneos a las plazas de primera, colarse en el huerto de las novicias en esa hora entre los últimos rezos y los maitines.
El otoño y esa convicción de perder son consustanciales al ser humano. No perdí un premio, sino que gané una llamada de mi exnovia cuyo teléfono tenía ya 'desagendado'. El día que me dijeron que un texto mío era reconocido, yo andaba en la gasolinera, comprando el periódico y viendo los camiones pasar y las torcaces rasear, que es lo suyo y es lo mío. La cuestión es que mi texto iba sobre lo que queremos y lo que quisimos a Manolo Alcántara en este periódico. Según dijo el jurado, era necesario un homenaje a ese periodismo escrito y humanístico que fue Manolo.
Y yo sé que Manolo me llamó después de leer la cosa, y yo no le cogí la llamada. Siete meses después se nos fue un miércoles santo y aprendí que qué muertos se quedan los muertos. Aunque se les escriba con honor desde esta gasolinera a 763 metros sobre el nivel del mar donde no hoy no pasa nada, donde había una amapola y ahora hay 4-G.
* twitter.com/jesusNjurado
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