Los regímenes autoritarios llevan en su esencia el afán de intervenir en todo lo que suponga control y vigilancia de sus actos. En España, durante la Guerra Civil y los años de la Victoria, la dictadura del General Franco amordazó a los periodistas con dos ... leyes de prensa, la primera en plena contienda,1938, y la segunda durante la tímida apertura de los años 60. Únicamente la obtención del carné y la obligada inscripción en un Registro Oficial, facultaba para ejercer. Al Registro se accedía una vez terminados los estudios en la Escuela de Periodismo, o cumpliendo insólitos requisitos. Los oficiales del Ejército, por ejemplo, podían inscribirse con solo exigirlo. De hecho, Franco era el número 1 del Registro Oficial de periodistas.
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Poco después de la promulgación de la segunda Ley de Prensa e Imprenta, la famosa Ley Fraga, un treintañero Fernando Altés, recién casado, que trabajaba en el periódico El Norte de Castilla como corrector de pruebas, enamorado de la lectura y algo menos de la carrera de Derecho, escribió la preceptiva Memoria para el Ingreso en la Escuela Oficial. Quería ser periodista titulado y para ello debía obtener el carné. Le sobraba conocimiento y experiencia que volcó en la solicitud de admisión en el Curso 1967-1968. Fernando Altés había escrito para la ocasión una pieza mecanografiada de 17 páginas titulada: 'La vida bañada en tinta'. Al texto definitivo le había precedido un borrador con el orteguiano título de 'Las circunstancias'. Un escrito pleno de emoción en el que repasaba su vida en el periódico entre el adictivo olor a tinta, el murmullo de los talleres y el estruendo de la rotativa. Un universo idealizado y curioso. «Las galeradas vienen a mi mesa una tras otra». Escribe Altés. «Me traen un trozo del mundo». «El ruido cercano de las linotipias me abstrae en las líneas, en las palabras, en el lenguaje. Cuando tengo un rato libre, observo cómo se ajustan las planas del periódico sobre la platina. Paso, sin transición apenas, al nivel de corondeles, cíceros, regletas, lutos y de las reglas sagradas de la tipografía».
Miguel Delibes era entonces el Delegado del Consejo en la Redacción, así se notificaba en las cuartillas que enviaba dentro y fuera del periódico. Su magisterio era unánimemente reconocido. En la década de los 60 la redacción de El Norte estaba participada por un grupo irrepetible de jóvenes periodistas que años después se decantaron como grandes escritores. Delibes reconoce la existencia de esa escuela. Incluso hace un censo variable de sus miembros, pero niega categóricamente que él fuera el maestro. «Era una escuela comunal, sin maestros ni discípulos, en la que todos enseñábamos y aprendíamos simultáneamente, es decir, dábamos lo que teníamos y recibíamos lo que tenían los demás».
De aquella escuela solidaria, Delibes, solo reconoce haber sido su 'inductor'. Califica, describe, explica pero no juzga. Como mucho trae metáforas a la conversación distendida. «Este chico escribe como mea», refiriéndose con retranca a la potencia y brillantez del estilo literario de Francisco Umbral. Todos enseñaban y todos aprendían. El siempre discreto crítico literario Miguel Ángel Pastor orientó a Umbral en sus primeras lecturas. Pero, cuidado, que no se envuelva la realidad con el atractivo aroma de la leyenda. Jiménez Lozano dijo alguna vez que él nunca llegó a ver a todos juntos. Incluso dudaba que algunos se conocieran personalmente.
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Apenas hay documentos que expliquen la existencia de una colección de periodistas de ese calibre en un periódico de provincias. Por tanto, cuando está a punto de terminar el centenario de Delibes, es oportuno dar a conocer un texto, hasta hoy inédito, en el que el novelista escribe de su puño y letra varias indicaciones y sugerencias a Fernando Altés, cuando este solicita su opinión sobre la Memoria de Ingreso en la Escuela de Periodismo. Estas son algunas de sus particularidades a falta de un estudio más detenido.
Lo primero las fechas. La 'Memoria', como ya se dijo, va precedida por un borrador con el título 'Las circunstancias', datado en portada el 11 de abril de 1967. Delibes traza sus objeciones al texto en una cuartilla del periódico fechada el 24 de abril, son 16 líneas escritas a mano sin apenas correcciones. Solo una tachadura en el primer renglón donde le sale la vena de académico y cambia las preposiciones 'en' la mesa por 'sobre' la mesa, refiriéndose a los muchos papeles que amontonaba. Es más correcto decir que los papeles están 'sobre' la mesa, pero deberá reconocerse que el uso 'en' la mesa, está más extendido en la lengua habitual. Esta pequeña autocorrección es una muestra del amor que Miguel Delibes tenía por la exactitud de los términos, imprescindible en periodismo donde la credibilidad es fundamental y hablar o escribir claro, la mejor salvaguardia que pueda hacerse de la lengua castellana. No tardan en aparecer los elogios: «la memoria es original y sincera y estupendamente escrita…» dice Delibes. Continúa con esta afirmación: «Periodista, sí y literato también, te diría yo. Pero tú decidirás». Es aquí, en este «tú decidirás», cuando aparece uno de esos estilemas, rasgos lingüísticos propios de una persona, que puso en circulación Álex Grijelmo. Podrían serlo igualmente los «Tú verás», «¿Qué piensas tú?», «Si de mí dependiera». Comunes en los escritos de Miguel Delibes.
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El novelista deja para el final las 'observaciones' al texto. No son cualquier cosa. Dice Delibes: «A mi juicio sobran las 21 primeras líneas. Yo creo que se despegan (por otro lado, la idea inicial queda más clara y ceñida en los párrafos finales) del texto. Tú veras». Y es aquí cuando aparece en plenitud la maestría de Miguel Delibes que se sustenta en dos cualidades destacadas: indulgencia y firmeza. Las que le hacen decir «No me hagas caso sin más ni más, es muy fácil que sea yo el equivocado». No es inseguridad, es cautela.
Fernando Altés en la versión definitiva, fechada el 20 de agosto de 1967, borra las 21 líneas del comienzo y cambia el título, 'las circunstancias', por el de: 'La vida bañada en tinta'. Esto último, seguramente, por sugerencia de Emilio Salcedo que tuvo acceso al texto y aconsejó a Altés que limara la carga orteguiana porque «puede molestar y denegar el ingreso».
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Ocho años después, Fernando Altés llegó a la dirección del periódico El Norte de Castilla. Por el camino dejó numerosos ejemplos de periodismo culto, elegante y preciso. Como le había enseñado Delibes. Cabe extraer de aquella carta, más allá de lo puramente estilístico, valores casi desaparecidos hoy día, como el enorme respeto que se profesaban aquellas personas capaces de intercambiar reverentemente notas manuscritas, y solicitar escrutinio a 10 metros de distancia de mesa a mesa. Para cerrar este círculo del respeto hubiera sido valioso conocer las notas que envió Altés solicitándole que revisara su trabajo. La consideración a Delibes se cuajaba en la autoridad natural con la que este envolvía palabras y actos. Entre estos últimos, compartir su modesto despacho con el dibujante Domingo Criado. ¿O fue al revés? Un mensaje en diferido desde el periódico de los cíceros y corondeles a este mundo virtual de los Chief Executive y otros inventos contemporáneos.
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