Urnas apiladas en un almacén de Valencia. Manuel Bruque-EFE

De hombres, perros y ratones

«Llegan tiempos durísimos y cada cual deberá amarrarse a su salvavidas. Y alguno comprobará aterrorizado que el suyo no flota»

Carlos Blanco

Valladolid

Domingo, 12 de julio 2020, 08:36

Lo que es normal para un pequeño perro cazador, resulta un caos sangriento y mortal para los ratones escondidos en la bodega de un barco. La normalidad es un espejismo inducido y el caos, una realidad cotidiana. No existe todo lo que se ve ... porque nada es igual para todos.

Publicidad

La vida política y democrática de «este país» retoma el pulso. Este domingo votan los ciudadanos vascos y gallegos en sus respectivos territorios. La formidable progresión del coronavirus y la aplicación del estado de alarma forzó al lehendakari Urkullu y al presidente de Galicia, Núñez Feijóo, a retrasar las elecciones. Entre las primeras preocupaciones se encuentra el índice de participación. En Francia, hace unos días, la alta abstención de la segunda vuelta de las municipales superó todas las previsiones. Casi un 60%.

El miedo al virus es visible y las potencias autonómicas convocantes se han empleado a fondo para que el ciudadano acuda a votar con sensación de seguridad. Sobre todo en Galicia donde se teme que los más mayores se queden en casa. Para evitarlo se ha facilitando al máximo el voto por correo. El no presencial. Y ya hay quien mira el futuro como presente. El uso, y el éxito, de las tecnologías de la comunicación, ha sido una de las principales novedades que ha traído la pandemia. Debería andarse con cuidado. Toda buena acción lleva su condena correspondiente.

Años atrás, las autoridades del Reino Unido hicieron unos ensayos de elecciones municipales con voto telemático a través de Internet. Se alcanzó un notable aumento de la participación, pero no se supo más de aquello. De pronto, una tupida manta de olvido escondió el experimento. Alguien debió caer en la cuenta de que se empieza votando cómodamente al alcalde desde casa, y lo más probable es que se termine despachando en una hora un referéndum de autodeterminación. La forma política del Estado: monarquía o república. O, quien sabe, si una consulta en caliente sobre el establecimiento de la pena de muerte.

Publicidad

Resulta complicado bajar los humos de los grandes partidos y sus dirigentes cuando hablan de democracia. No les basta con ser el tercer problema. Siempre tienen razón. Lo cómodo en política es ignorar la gravedad de los problemas. Incluso negarlos. Su perfecto paradigma fue el presidente Zapatero. Los partidos políticos tienen obligaciones y grandes responsabilidades, pero esconden las que menos les gusta. Entre ellas, la de apoyar al Gobierno, si se encuentra bloqueado, para sacar adelante las iniciativas y reformas inapelables por necesarias. El ejemplo opuesto a Zapatero sería el de Manuel Valls, ex primer ministro francés, que no dudó en apoyar a su rival extrema, Ada Colau, para evitar que la alcaldía de Barcelona cayera en manos de los independentistas. No se lo agradecerán bastante. En hechos como este es donde aflora el auténtico patriotismo. Y si suena raro es porque en España hay falta de costumbre.

La normalidad podrá ser nueva según el Gobierno, pero está de vuelta. Es un avance hacia atrás. Los ciudadanos, sentados en las terrazas, intentan adivinar su porvenir consultando la espuma de la cerveza. Las recientes previsiones de los organismos comunitarios auguran para el próximo año en España un 24% de desempleo y una deuda que los cardiólogos prescriben no recordar. En estos primeros momentos se apuntala una normalidad laboral traída por la repetición de fórmulas y maneras del tipo: «Esto es lo que hay», «Lo tomas o lo dejas», «Esto ha venido para quedarse», «Cógelo», «Trabaja cómodamente desde tu casa», «Piénsatelo este fin de semana», «Aprovecha, que aún no ha llegado lo peor». En fin, educadas proposiciones con su respectiva recomendación paternalista que, de seguir tendencia, mutilaría con un serrucho la rama del Derecho Laboral. «Lo necesario ya está en el contrato de arrendamiento de servicios del Código Civil».

Publicidad

Se escuchó decir a un empresario madrileño afecto a la lideresa Aguirre. Pues claro. No se espere más el advenimiento de la normalidad. Asáltesela ahora que el cielo está liberado. Pero recuérdese que el derecho del trabajo, el derecho obrero hasta bien entrado el siglo XIX, surgió de la necesidad de contrapesar el poder desigual de las partes contratantes entre el obrero que hace el trabajo y el patrón que lo recibe. El Gobierno, tercera pata del sistema, actuaría de garante. El teletrabajo en casa «de sol a sol» es el modelo a desarrollar, la gran aportación de los nuevos tiempos. Habrá que acostumbrarse a una cambiante realidad donde el decreto-ley será instrumento de amplio uso.

Y de lo particular a lo particularísimo y personal. Donde no parece que se vaya a producir cambio alguno en el postvirus, será en las relaciones de pareja de ciertos políticos. Todo seguirá igual, así lo reconocen en privado con cierta amargura algunas candidatas en estas y en las elecciones que vengan. Se ven en la contradicción de tener que defender en público aquello que los atavismos y una vieja educación, por ser benévolos, impiden en casa. No será raro que tras las alegrías por la elección o el nombramiento lleguen las desavenencias. Ocurre cuando la pareja de la candidata electa, ante la nueva situación, parece que otorga el consentimiento en vez de su apoyo, que es lo que necesitaría.

Publicidad

No es lo mismo desear suerte tras el nombramiento con un desenfadado «Allá tú» o un sonriente «A mí no me mires, tú sabrás lo que haces», que apoyar de manera resuelta, decidida y con hechos la nueva situación. Lo primero no es igualdad, es rechazar responsabilidades. Lo segundo es el apoyo sin fisuras. Pero no todo el mundo tiene un proyecto de convivencia capaz de apoyar una relación de este tipo. Y no precisamente entre políticos.

Según algunos propagandistas se ha ingresado ya en eso tan vaporoso que llaman la nueva normalidad. Parecen conceptos antitéticos. De hecho, lo son. La normalidad es un espejismo. No existe todo lo que se ve. Nada es igual para todos. Lo que es normal para un pequeño perro cazador, un simpático bichón maltés, casi un peluche biológico, resulta un caos sangriento y mortal para los ratones escondidos en la bodega de una embarcación. Siempre habrá víctimas. Los perros malteses, bajo su apariencia de encantadoras mascotas, capturan, matan y muestran orgullosos sus trofeos, lo que queda del ratón. Esperan su recompensa. Siguen su instinto. Nosotros seguimos nuestras circunstancias que, en época de elecciones, suelen derivar en «estar en celo». Hay poca diferencia.

Publicidad

Llegan tiempos durísimos y cada cual deberá amarrarse a su salvavidas. Y alguno comprobará aterrorizado que el suyo no flota. No importa si se encuentra dentro de las estadísticas de la normalidad. Siempre habrá una explicación en el telediario. Nada es tan viejo como el instinto de supervivencia. Ni tan eficaz. Mucha suerte.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

0,99€ primer mes

Publicidad