Es Bélgica, concretamente el rey Leopoldo II, el creador en el Congo Belga de una fábrica de trabajos forzados, torturas, esclavitud y muerte, entre 1885 y 1908, con el beneplácito de la comunidad internacional, y fue Estados Unidos la primera nación que le dio carta ... de naturaleza. «Abrir a la civilización la única parte de nuestro globo donde todavía no se ha penetrado, traspasar la oscuridad sobre pueblos enteros es, me atrevería a decir, una cruzada digna de este siglo de progreso», como predicaba Leopoldo II en la Conferencia Geográfica en Bélgica, 1876. Pero lo que aconteció en esa parte del mundo no tuvo nada que ver con el predicamento del sanguinario rey belga. Allí, la única realidad fue que los torturados eran negros de África y eran, por consiguiente, desprovistos de todo derecho, algo que no ocurría con los europeos, occidentales cuyos barbaros crímenes gozaban de una inmaculada impunidad. Porque, seamos justos, la denominada Republica del Congo, no era «la filantrópica obra del rey Leopoldo II», que manifestaba el senador de Alabama John Tyler Morgan en la prensa estadounidense; eran «campos de muerte» de un soberano totalitario al mando de una sociedad secreta de asesinos, como manifestó Morel, uno de los pocos que alzó y mantuvo la protesta y las denuncias de lo que sucedía en esa oscura parte del mundo.
Pero el monarca belga seguía con sus cabildeos internacionales ocultando la torva realidad y los suculentos beneficios que la cuenca del río Congo le aportaba. «Al tratar con una raza formada por caníbales durante milenios, es necesario utilizar los mejores métodos para sacudir su ociosidad y hacer que se den cuenta de la santidad del trabajo». Con estas desprendidas palabras se expresaba a un periodista norteamericano. Pero sus esbirros, con un espléndido sueldo, se encargaban de maquinar con la prensa, y organizar presiones políticas y diplomáticas, sin olvidar «la codicia, astucia; doblez y encantos» del empresario poseedor de este nuevo país al que denominó État Indépendant du Congo. Corría un primaveral 29 de mayo de 1885 y ondeaba la flamante bandera azul con estrellas doradas. El monarca contaba 50 años e iniciaba una depredación mercantil y asesina de 23 años de duración y más de diez millones de muertos. Entre los que no faltaban los niños, a quienes se les cortaban las manos cómo prueba del eficaz trabajo de las fuerzas de seguridad
El descubrimiento del horror. Todos nos preguntamos cómo unos crímenes tan horrendos como los ocurridos en el Congo no tuvieron su correspondiente denuncia en los Estados europeos y occidentales en general. Cómo Bélgica, en principio Estado democrático y civilizado, no enmendó y puso fin a dicha masacre. La razón es muy fácil: se tapó los oídos y miró a otra parte. Tenemos constancia de que, con la aquiescencia del Parlamento, se concedió a su ilustre majestad Leopoldo II un crédito a fondo perdido de unos cuantos millones. Mas no solo eso, una vez que el propietario de la Republica del Congo legó sus bienes al Estado belga, este en ningún momento se preocupó por reparar a su población por los daños ocasionados. Siempre suponiendo que la muerte por trabajos esclavos y el asesinato de los pobladores originarios de aquellas tierras se pudieran subsanar. La prueba más palpable de su desidia es que en la actualidad Bruselas, sede de la Comunidad Europea y capital del reino, sigue con una escultura ecuestre homenajeando, rindiendo memoria a tan ilustre y filántropo paisano, al que podemos llamar Tiranohumanorex. La figura se encuentra en la plaza del Trono, a pocos metros del Palacio Real.
Hay un libro que merece la pena leer, entre unos cuantos, que aún siendo ficción refleja con claridad lo allí acontecido.Me estoy refiriendo a 'El corazón de las tinieblas', de Joseph Conrad. En esta novela, como es habitual con la literatura, se inspiró el cineasta Coppola para el guion de 'Apocalypse now'. Pero ni la industria audiovisual, Hollywood, ni el cine de autor se han atrevido con la matanza y esclavitud del Congo. Solo un filme, 'Le roi blanc, la caoutchouc rouge, la mort noire' (El rey blanco, el caucho rojo, la muerte negra), de Peter Bate, tuvo el coraje de plasmar en celuloide la realidad cruda de lo ocurrido en la Republica del Congo cuando era posesión de Leopoldo y en ella podía hacer lo que le daba su bárbara gana, aunque nunca pisó esas tierras. Hay que decir que el Gobierno del Reino de Bélgica denunció dicha producción cinematográfica. La razón es muy clara, lo mostrado no es un cuento.
El oscurantismo por parte del Parlamento belga viene de lejos. Si el monarca destruyó toda prueba de su negocio asesino en la cuenca del Congo, siempre hay algún resquicio para revelar la iniquidad de un rey, de un país. E. D. Morel logró, con gran esfuerzo y pasión y siendo calificado por el país opresor de «traidor y mala persona», revelar al mundo lo ocurrido en esa colonia africana. También el diplomático flamenco Jules Marchal encontró dificultades en sus pesquisas, era imposible consultar los documentos con el sello: «No facilitar a los investigadores». Pero su tozudez dio algo de luz sobre unos hechos ante los cuales los belgas aún siguen ciegos.
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