Pasito a pasito el comercio local va abriendo sus puertas, aunque con tantas limitaciones que hay que ser un héroe para tomar la decisión; también hay que tener madera de ello para ser cliente. Entiendo que las restricciones para volver a la normalidad sigan ... siendo rígidas, pero acojona un poco entrar con mascarilla a tu tienda habitual y encontrar al dependiente embozado, con guantes, pantalla de plástico y atendiendo tras un panel de metacrilato. Lo de las peluquerías, por ejemplo, es todavía más tremebundo porque he visto sanitarios de UVI menos ataviados que el barbero, al que solo le falta poner las manos en alto en plan cirujano para que el ayudante le calce los guantes y le ajuste el tapabocas. Igual soy el único que siente aprensión viendo tal despliegue protector para raparme o comprar tomates y alcachofas, por lo que con frecuencia renuncio a cualquier exquisitez que me obligue, además, a guardar veinte minutos de cola en plena calle.

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Por eso no me sorprende que muchos comerciantes con permiso para levantar la verja prefieran esperar a que escampe sin jugarse la pinta despachando zapatillas o camisetas a clientes que tienen que entrar de uno en uno. Si unimos a estas 'pequeñeces' que el reinicio de la actividad comercial obliga a volver a contratar a los dependientes, entenderemos el sentido del refrán de mi abuela: «cuerpo holgado, dinero vale». Yo también holgaría…

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