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Sara y Pablo acudían prácticamente al mismo colegio y por proximidad se entrecruzaban en algunos pasos de cebra de la ciudad. Más tarde, ambos coincidieron en la Universidad de León, seguramente compartieron esa cafetería con una pared en semicírculo y el bullicio diario de los ... tiempos universitarios, pasearon al mismo tiempo por los jardines durante las celebraciones de las diferentes facultades e incluso se tropezaron al mismo tiempo en las escaleras de la biblioteca, un punto de cita obligada cuando se quiere alargar la noche más allá de lo considerado prudente para los libros.
Recorrieron esta pequeña ciudad de forma asidua y, con certeza, se tomaron una caña en el mismo bar. Cuando Pablo subía hacia el Barrio Húmero con sus amigos, Sara bajaba por esa misma céntrica avenida con sus amigas. Y así, la vida fue pasando.
Curiosamente, nunca se miraron a los ojos, ni coincidieron, ni se saludaron, jamás se tomaron algo juntos en un León donde todas las caras son reconocidas y reconocibles, y por supuesto parecían ser totalmente ajenos. Él se hizo ingeniero y acabó en Airbus; ella apostó por los proyectos de investigación en la lucha frente al cáncer.
En ambos casos lo suyo es talento puro, una estratosférica capacidad para crecer en la parte humana y en la intelectual hasta convertirse, por cosas del saber y del destino, en los dos españoles elegidos para ser nuevos astronautas de la Agencia Espacial Europea.
Pablo Álvarez y Sara García nunca se habían visto cara a cara hasta que entraron en un formidable proceso selectivo en el que participaron más de 22.000 personas pertenecientes a 25 países de toda Europa. En ese proceso, formidable por su dureza, ambos perdieron su identidad y durante un tiempo, para garantizar la seguridad de la elección, solo fueron un 'id', un número adjudicado de forma aleatoria que les convertía en un ente sin personalidad conocida.
Todo para que finalmente el 'id1' fuera coincidente en su origen con el 'id2'. Ambos eran los elegidos, ambos eran de León y los dos habían estudiado en una universidad pública que reclama protagonismo sin cesar pese a las no pocas zancadillas que salen a su paso.
Ahora caminan de la mano y su primer éxito, más allá del personal, es haber lanzado a León, a toda la provincia, a la misma Universidad en la que cursaron sus estudios y al proyecto para que sea esta ciudad quien asuma la Agencia Espacial Española por encima de la estratosfera.
Su aportación a León supera, con creces, la que se haya hecho en décadas, porque la trascendencia del éxito alcanzado supone una dimensión jamás conocida y alcanza un eco formidable. De algún modo, gracias a Pablo y Sara, León ha llegado al hiperespacio mucho antes que los propios astronautas.
A estas alturas (espaciales) solo queda conocer si el empeño leonés por ser sede de la Agencia Espacial Española se hace realidad con el impulso de estos dos astronautas que comenzaron juntos el colegio, fueron juntos a la Universidad, y disfrutaron de la ciudad casi de la mano, pero que nunca se conocieron.
Resulta tan complicado en los tiempos actuales encontrar un punto de motivación extra que la sensación general hoy es que León vuelve a sonreír a la espera de decisiones futuras que incentiven la reactivación, el compromiso y el empeño para un punto en desgaste permanente de la España vaciada.
En la tierra de nadie los milagros suceden, incluso aquellos que pudieran parecer imposibles. Es cierto: en León hay dos astronautas.
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