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No pudo haber mejor final para la Feria del Libro. El precioso Teatro Zorrilla lleno casi en su totalidad. Ni Vargas Llosa acompañado de la Preysler lo habría conseguido. Por una vez, un escritor convertido en estrella del celuloide y la ciudad volcada en honrar ... la memoria de José Manuel de la Huerga. Se presentó su novela póstuma, 'Los Ballenatos' (Premio de Novela Vargas Llosa) y escuchamos sus palabras por boca de Luis Miguel García (Teatro Corsario) y Mercedes Asenjo (Azar Teatro), quienes leyeron fragmentos de algunas de sus obras. En mi memoria dos fotografías para el homenaje, para la saudade. Seis jóvenes con ganas de comernos la vida. Cuando creíamos que la literatura podía cambiar el mundo.
Cuando pensábamos que la literatura podía cambiar, al menos, nuestro mundo. Aquel reencuentro imposible que soñamos tantas veces José Manuel y yo. La vieja banda de rock que ya no volverá nunca más a reencontrarse. La otra foto, junto al alucinante Mercado Libertad y frente al Hospicio Cabañas de Guadalajara, en México, recordando un viaje inolvidable con el compadre Carlos Fidalgo. Tan larga era la huella del homenajeado que poco se habló de su memorable obra. El amigo, el docente y el vecino comprometido eclipsaron al magnífico autor y poeta. En la mesilla del recuerdo descansan viejos salmos de amor y batalla, junto a algún cuaderno azul en el que el niño José Manuel pesca peces y cangrejos a lo Tom Sawyer, anda en bicicleta y fuma sus primeros cigarrillos. Juegos metaliterarios fascinantes, una distopía futurista con imaginería tenebrosa al estilo Matrix y un barroco ejercicio protagonizado por una Leipzig gris donde conviven mágicamente dos genios como Bach y Kafka.
Eso sin olvidar unos inolvidables apuntes de medicina interna, una insuperable novela de revoluciones y cofradías y un poemario sublime lleno de metáforas y pétalos de plata. Sus historias siempre nos acompañarán. Pocos hijos de Sherezade tan dignos y merecedores de tamaño título como José Manuel de la Huerga. Sus historias y su memoria permanecerán a nuestro lado. Dormiremos, viviremos y moriremos con ellas. Su ausencia es ficticia porque José Manuel de la Huerga es eterno. De hecho, su ausencia es solo la cicatriz por la que entra la luz. Como él mismo nos recordó desde la casa del poema una ausencia nos acariciará todos los días. En eso consiste ser eterno.
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