Tras días y días de confinamiento voluntario, la tarde del martes, después de comer, harto de tanto encierro, salí con una amiga a ver el pantano. Un vecino, en la panadería, me había dicho que era un espectáculo. De niños todos hemos metido la punta ... del pie en un charco helado hasta quebrarlo. A veces, aventurando más, en el vaso de una fuente por ver si aguantaba nuestro peso. Al llegar al pantano nos encontramos el aparcamiento casi vacío y la superficie kilométrica helada, salvo frente a los sumideros de la cabecera. Qué sensación más extraña. Y qué ganas de echarse a andar por encima de aquel mar, como hiciera Jesucristo, es decir, caminando sobre las aguas sólidas. La prudencia le paraliza a uno por temor a romperse la crisma. Pero, puesto a imaginar, imagino a una patinadora deslizando su cuerpo gentil sobre la dura superficie, con sus fintas y saltos relampagueantes, sobre la plancha interminable.
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Luego, tras atravesar la cabecera, nos echamos a andar por la orilla derecha entre fresnos, robles y retamas sueltas, siguiendo una senda irregular que se ciñe a los pliegues. La tarde, espléndida y luminosa, con un cielo de cobalto limpísimo. Qué gusto. Parecía Siberia o, cuando menos, Noruega en un día diáfano. Se ve que el sol reblandece poco a poco la capa de hielo y por ello, en medio del silencio, se le oye quebrar de cuando en cuando. Es un sonido sordo, como amortiguado. Cloc, cloc. No puede ser una trucha. Y menos un salmón. Ya nos gustaría. Quizá se trate de un siluro que pugna por sacar la cabeza. Pero no puede ser. En la orilla se ha quebrado la capa de hielo por el desplome del nivel del agua y, aunque cambiante, el grosor medio oscila entre los diez y los quince centímetros. No habría siluros que atraviesen una capa tan gruesa. Luego, cuando llevamos andado dos kilómetros y medio siguiendo la senda al pie del pantano, advertimos en un estrechamiento lateral las huellas de las pisadas de algunos valientes que esta misma mañana o ayer, venciendo la tentación, se echarían a andar sobre el hielo.
¿Te animas?, le pregunto a mi amiga.
Bueno, si tú vas delante, yo te sigo.
He ahí la retranca de las mujeres. Regresamos a la cabecera dando la espalda a la silueta blanquísima de la sierra. Muy de cuando en cuando nos cruzamos con alguna pareja, aunque apenas se percibe movimiento. La pandemia nos tiene confinados, pero este paseo alrededor de un pantano helado ha sido un pequeño regalo, un gozo en medio de la congoja que cada día arrastran las noticias. De ahí que haya querido compartir el paseo con los lectores. Una parte de lo que nos estamos perdiendo.
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