El pueblo ha sido un actor destacado de las transiciones de la historia contemporánea de España. Desde el siglo XIX muchos grupos populares urbanos se han movilizado en sindicatos y movimientos ecologistas, feministas o pacifistas. En esto consiste la calidad de la democracia, en que ... el pueblo participe cada vez más en asociaciones y elecciones. Casi todas las constituciones de estos momentos críticos reconocieron la libertad de expresión como un derecho fundamental, obligado a no limitar los derechos de los demás ni practicar la violencia.
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Los movimientos sociales históricos han venido antecedidos, acompañados o promovidos por generaciones de pensadores y creadores, cuyas reflexiones han inspirado y enriquecido la acción popular.
En estas coyunturas de cambio profundo, suelen surgir tensiones sociales, conflictos de intereses, carencias y desigualdades que requieren manifestaciones, motines y levantamientos populares. Excepcionalmente se acompañaron de actos violentos que sólo fueron transigidos cuando la violencia era instrumental, pero cuando se convertía en fin en sí misma, como la acción anarquista, la quema de cosechas, motines sangrientos, terrorismo, kale borroka, quema urbana o extorsión económica, fue erradicada por las fuerzas y cuerpos de seguridad para proteger los derechos agredidos y el bien común.
Hagamos un breve recorrido histórico por estas transiciones contemporáneas, con sus generaciones culturales y agitaciones populares, para comprender mejor la agitación social que vivimos y la posibilidad de que crezcan tras la pandemia.
Entre 1808-14, la primera transición permitió a España superar el absolutismo e implantar el liberalismo. La Guerra de la Independencia y la Constitución de 1812 se debieron a una generación intelectual que la ideó (Jovellanos, Argüelles, Toreno, Quintana) y también al pueblo, víctima de hambre, epidemias y destrozos bélicos, que colaboró en la guerrilla, en juntas revolucionarias y en gritos de ¡Viva la Pepa!
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De nuevo entre 1868-73, intelectuales de la generación del 68 (Pi i Margall, Sagasta, Castelar, Lafargue y Fanelli) elaboraron ideas federales, socialistas, anarquistas y promovieron las Constituciones de 1869 y 1873 de la Monarquía democrática y la República Federal. El pueblo se activó en la revolución de setiembre, destituyó la monarquía dinástica, formó más juntas revolucionarias y agitó la rebelión cantonal.
Entre el XIX y el XX le tocó a España pasar de imperio a nación con el sufrimiento de las guerras de Cuba y Marruecos. La generación del 98 (Unamuno, Baroja, Azorín, Maeztu, Costa), los krausistas y regeneracionistas reflexionaron sobre el ser de España. También el pueblo se movilizó en acciones anarquistas, levantamientos campesinos y huelgas obreras que culminaron en la Semana Trágica de 1909, con excesiva violencia.
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Otra transición entre 1923-36 vivió España con la Dictadura de Primo de Rivera y la II República. Destacó la generación vanguardista del 27 y su brillante Edad de Plata de la Cultura española (Salinas, Guillén, Alberti, Lorca, Dalí). Ahora se agitó el pueblo más que nunca: Gripe española, cientos de huelgas y ocupaciones del trienio bolchevique, anticlericalismo y levantamientos radicales. El golpe militar abatió la República y generó la guerra fratricida.
La transición democrática entre 1975-1981 nos ha legado el orden constitucional. Fruto de una generación de consenso político y de movida cultural, ahora de clase media, que animó la reconciliación para superar la guerra civil y la dictadura. La Constitución de 1978 aunó a las fuerzas políticas del país, desde Carrillo a Tarancón, creó la España autonómica y logró la adhesión a Europa. Aunque los populistas la tilden de régimen elitista del 78, hoy se cree que la Transición fue popular. Porque los ciudadanos se movilizaron, azotados por crisis del petróleo, reconversión industrial y manifestaciones antiterroristas, defendieron la democracia y lograron superar los años de plomo terrorista y el golpe de Estado del 23F.
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También ha sido una transición, esta vez más incierta, la entrada del populismo y el independentismo tras la crisis de 2008. Los Indignados del 15M fueron una espontánea y popular generación cultural, el primer movimiento europeo que criticó a la casta corrupta y gritó ¡No nos representan! Un chispazo de regeneración democrática, utopía ecológica y protagonismo de la gente de la calle que nos cautivó a muchos. Pero también comenzó el procés independentista catalán que enconó el problema territorial español y negó la España autonómica constitucional. Ambos agitaron al pueblo, unos en coloristas mareas contra el paro, recortes y desahucios, y otros con insultos, esteladas y violencia callejera.
Podemos saltó de la Puerta del Sol a Vistalegre, subió de la calle al escaño, dejó la plaza por el despacho, abandonó las mareas por el gobierno y pasó de la protesta al poder. Abandonó a Hessel (autor del utópico libro ¡Indignaos! que les movilizó el 15M) y apoyó al rapero Hasel pro-terrorista y anti-Borbón.
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Después del confinamiento, tres olas sucesivas de contagios, desescaladas inciertas y vacunación lenta, la sociedad española padece un alto grado de tensión social, desigualdad económica, pérdida laboral, hartazgo popular, fatiga de las clases medias y violencia en la calle. A mayores, el problema territorial catalán se ha enquistado, la mayoría absoluta de las fuerzas independentistas aleja la posibilidad de una solución constitucional.
La crisis de 2008 provocó el levantamiento de los indignados y estimuló la organización del independentismo, luego les ha conducido a ejercer el populismo radical en el poder y pactar entre sí. La pandemia de la Covid-19 impidió la recuperación del paro y la desigualdad. Ahora no hemos tenido una generación cultural que acompañe esta crisis, ni intelectuales ni artistas han recogido el testigo utópico de los Indignados y orientado con reflexiones y propuestas culturales para hacer una gestión más solidaria de la crisis. Los medios de comunicación están en su mayoría sumisos y difunden los valores de sus promotores. Las televisiones y periódicos autonómicos defienden cada uno lo suyo. No hay espíritu crítico y sólo prosperan eslóganes sin argumento.
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¿Está la gente urbana y rural cociendo un descontento social que puede desembocar en airados movimientos populares tan pronto como la vacuna nos libere del agobio sanitario y estallen las graves carencias sociales y fatigas mentales acumuladas?
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