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El refranero es muy sabio. En los pueblos de Castilla, en los días de matanza de mediados de siglo XX, los muchachos que aspiraban a estudiar Medicina, se colocaban al lado del matachín cuando llegaba la hora de destazar al cerdo para escuchar de sus ... labios la primera lección de anatomía: «Abre un puerco y verás tu cuerpo». El matachín iba señalando el hígado, el corazón, los pulmones, la vesícula, los riñones, en fin, todos y cada uno de los órganos del marrano, tan semejantes al de los hombres. De tal manera que cuando llegaban a la Facultad ya tenían buena parte de la lección aprendida. Tanta es la semejanza que los cerdos se convirtieron desde hace años en donantes destacados de órganos para enfermos en apuros, especialmente válvulas, pero también hígados.
Por ello no es de extrañar que un romance popular se hiciera eco de esta relación fecunda y propusiera elevar al cerdo al santoral cristiano: «En hospitales y clínicas/ son los mejores donantes,/ los que salvan muchas vidas/ y remedian grandes males./ Que mucha gente que vemos/ tan tranquila por las calles/ lleva riñones de cerdo/ o sus válvulas biliares./ Si se hiciera un santoral/ con todos los animales/ ocuparía un asiento/ a la derecha del Padre./ Gran día será ese día/ en todas las cristiandades,/ cada cual en su lugar/ y el marrano en los altares».
Pues bien, en esta relación estrecha entre los cerdos y los hombres se agudiza ahora; como sabrán los lectores a estas alturas, hace unas semanas saltó la noticia de que un equipo médico de la Universidad de Maryland, en los Estados Unidos, había trasplantado el corazón de un cerdo a un enfermo de 57 años que estaba señalado por la muerte. Con este trasplante se abre un camino lleno de expectativas para futuras donaciones. Quiero pensar que en los hospitales especializados en estas delicadas tareas habilitarán en los sótanos una cochiquera con ejemplares de variado tamaño para que el enfermo elija al animal antes de proceder a la donación.
De esta manera se incrementará el afecto entre el hombre y el cochino, tótem entre nuestros antepasados celtíberos y animal esencial de en nuestra dieta. No sé qué pensarán los judíos y los mahometanos que lo repudian, pero barrunto que, a excepción los radicales fanáticos, la mayoría, si se vieran en apuros vitales, querría seguir trasteando por el mundo con un corazón de puerco antes que estirar la pata. De esta manera el hermano cerdo, como le llamaba san Francisco de Asís, podría convertirse en punto decisivo de acercamiento entre las tres grandes religiones de nuestro entorno sin dejar de ser parte esencial de nuestra dieta. Lo que no han conseguido los hombres, acaso lo consiga el marrano.
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