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Reconozco que estos días en que vislumbramos la luz al final del túnel, quizás lo más interesante no sea cuándo y cómo concluirá definitivamente la 'anormalidad' de la pandemia, sino las conclusiones de los estudios sobre nuestro pesimismo y resiliencia ante la crisis. Comprobar si ... es cierto aquello de la filosofía griega: el carácter es el destino, –en el caso de que pueda hablarse del carácter de un país, de una nación– porque según Julián Marías «los españoles creemos automáticamente, a pie juntillas, todo lo que puede desalentarnos» y en especial, me parece a mí, cuando lo que se enjuicia es justamente nuestro nivel de autoestima, nuestra opinión al mirarnos en el espejo de la historia nacional, ese desaliento derrotista que refrenda el título famoso de Sánchez Dragó: 'Y si habla mal de España… es español'.
Acaban de regalarme el libro 'Rubalcaba. Un político de verdad', de Antonio Caño, periodista y ex director de 'El País'. En sus páginas se traza el retrato de un verdadero hombre de Estado, químico de formación, que sirve durante treinta años a la democracia y quien al despedirse de la política activa regresa a su casa de siempre y a su trabajo en la universidad. Un retrato poliédrico elaborado a partir de las voces y testimonios de múltiples amigos y colaboradores que concluyen, sin embargo, en un reconocimiento unánime: a la hora de elegir, Alfredo Pérez Rubalcaba anteponía el Estado, en segundo lugar el partido y en último, él. Nada de arribismo y jamás deslealtad.
Una vez superado el trance del maldito virus, el problema acuciante que tendrán que abordar nuestros responsables políticos –el dinosaurio de Monterroso sigue ahí– es la gobernabilidad de un Estado con fuerzas centrífugas cada vez más aceleradas. En ese sentido me parecen reveladoras las palabras de Antonio Caño cuando en una entrevista en 'El Mundo' le preguntan por las diferencias entre el PSOE de Rubalcaba y el de Sánchez: «El PSOE ha estado siempre en la izquierda, pero la izquierda solidaria, por el progreso, la igualdad, la justicia. La del PSOE es la izquierda antinacionalista y antiidentitaria, que está por los ciudadanos, no por las identidades».
Sea o no cierta esa máxima que se atribuye a Napoleón: «Nada va bien en un sistema político en el que las palabras contradicen a los hechos», todos sabemos que en la era del populismo, la digitalización y las mentiras, contradecirse y engañar sin recato son acciones que no se penalizan en la urnas, quizás porque es sabido que, a la velocidad con que se suceden los mensajes y transcurrido el tiempo, nadie, ni siquiera una hipotética hemeroteca de Babel, podría recordárnoslo con una advertencia y una campanita. Ahora vale cualquier afirmación. Cuando a una vieja conocida le reprochaban que incurriera en contradicciones y cambios de criterio, siempre argumentaba como justificación de la misma forma: «Me cago en todo lo que he dicho». Y a navegar.
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