![Hasel quiere ser artista](https://s2.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202102/25/media/cortadas/GF0H5F21-kuEI-U130634009529JEI-1248x770@El%20Norte.jpg)
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A ver, llamar artista a Pablo Hasel es como considerar escritora a Belén Esteban cuyo libro de recetas de cocina exhibe una portada que es todo un paradigma del tratamiento digital de las fluctuaciones faciales asimétricas, que diría el inolvidado Eduardo Punset. Guste o no ... el rap, la verdad es que existen habilidosos de la rima capaces de hilvanar ripios durante largo rato sin despeinarse ni nada. No se trata de rapsodas, no nos vayamos a confundir, sino de gente con una facilidad innata para recitar, es un decir, sin el virtuosismo de Paco Valladares ni la entonación del mejor Luis del Olmo.
Muchas de las letras de los raperos rezuman un machismo irredento que, desde luego, no pasa el corte de lo políticamente correcto. Sin embargo, y esto hay que reconocerlo, se trata de un estilo que concita el fervor de millones de personas, también en España. Las discográficas han descubierto un nuevo filón en el rap, al igual que muchas emisoras de radio convertidas en canales temáticos de este estilo. La rentabilidad es obvia, el tinglado mueve muchísimo dinero y algunas de las estrellas del género son multimillonarios con casoplones en Miami que para si quisieran cantantes con mejor estilo y mucha mejor voz que ellos.
El caso Hasel es el ejemplo de todas las carencias posibles. Ni creatividad ni nada admirable. De hecho, a este tipo no lo conocía casi nadie, pero ha sido su condena y posterior ingreso en prisión las que le han puesto en el 'candelabro', como diría Sofía Mazagatos. A falta de ingenio e inspiración, este cafre confeccionaba su 'arte' reclamando asesinatos y toda suerte de barbaridades propias de una intoxicación etílica. Enaltecer el terrorismo, incitar al crimen y ciscarse en la Corona, es algo que, al parecer, lograba poner en éxtasis a algunos destarifados, hasta el punto de confundir la gimnasia con la magnesia y la libertad de expresión con una especie de licencia para soltar por la boca todas aquellas ignominiosas barbaridades que su ídolo tuviera a bien.
Esto, en el fondo, no es un debate sobre la libertad, porque todas las libertades individuales terminan donde comienza la de otro, y limitan, invariablemente, con el código penal. Son las reglas del juego y conculcarlas provoca consecuencias indeseadas. Una de ellas es que un juez, en el uso estricto de sus atribuciones, te envíe a la cárcel. Las algaradas callejeras festoneadas de actos de vandalismo, que hemos visto en muchas ciudades en estos días como protesta por esta circunstancia carcelaria en la que se encuentra, por méritos propios, el rapero Hasel, son el síntoma de una histeria colectiva que se ve animada y respaldada, ademas, por destacados miembros de una formación política como Unidas Podemos que tiene responsabilidades de gobierno en este país nuestro tan insólito como sorprendente.
Resulta licito plantearse dudas acerca de que la penitenciaría sea el mejor destino para este botarate con ínfulas de artista. Es verdad que ha cometido delitos y que ha sido condenado después de haber tenido un juicio justo, pero quizá la pena idónea para este tipo de delincuentes sea más la reinserción social por medio de trabajos a la comunidad. Preferiría ver a Hasel, vestido con un mono, reparando los daños en el mobiliario urbano que sus fans han provocado en las calles, pavimentando calzadas, asfaltando carreteras, ayudando en residencias de ancianos o cargando con pesados paquetes de vacunas para trasladarlos allí donde sean necesarios. Porque no se trata de venganza, no, sino de la simple y justa reparación de un perfecto idiota de libro.
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