![Los halagos y la demagogia](https://s3.ppllstatics.com/elnortedecastilla/www/multimedia/202002/08/media/cortadas/sancheztorra2-k1pE-U100837690139CB-624x385@El%20Norte.jpg)
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Para curar la malaria, el médico romano Serenus instaba a sus pacientes a escribir en un pergamino la palabra 'Abracadabra', a repetirla eliminando la última letra y a seguir así con el proceso hasta quedarse únicamente con la 'A' inicial. Una vez hecho esto, era ... necesario enrollar el pergamino, envolverlo y llevarlo colgado del cuello durante nueve días, transcurridos los cuales se debía arrojar a un río, lanzándolo por encima del hombro. Mucho más efectivo que las ofrendas y libaciones en honor de la diosa Febris, la curadora de las calenturas.
Desde que el hombre es hombre, sabemos que las palabras, si les damos el aire suficiente, son capaces de librarnos de nuestros males más profundos. Digamos 'Abracadabra' en la Roma de Caracalla. O 'diálogo' en la España de Pedro Sánchez. Valen para todo. Para terminar con la malaria como con las fiebres secesionistas. O eso nos quieren hacer creer. Si dialogar es alternar cortésmente el turno de la palabra, lo cierto es que el entremés que se ha representado esta semana en el palacio de la Generalitat tenía el formato de diálogo. Casi de un diálogo platónico. Pero si dialogar consiste en buscar y encontrar acuerdos o soluciones, quizás habría que rebajar el entusiasmo.
Sánchez, como los buenos vendedores de enciclopedias, ha metido el pie en la puerta de su anfitrión y ha conseguido colarse hasta el salón para endosarle su catálogo. La ristra de las 44 medidas milagrosas que van a curar la fiebre de Cataluña. Es a lo que venía. Y sin embargo Torra, después de la entrevista, ha declarado a la prensa que todavía no sabe a qué es a lo que en realidad ha venido Sánchez. Mesa de negociación, comisión bilateral, transparencia sin mediadores… parecen muy poca cosa, fruslerías, comparadas con el verdadero objeto del «cambio de ciclo» que anunciaba la propaganda. A saber, el «derecho a la autodeterminación» y «el fin de la represión». Diálogo de sordos. Fin del diálogo. Terminamos igual que empezamos.
Esto es más o menos lo que sucede cuando el diálogo se confunde con la demagogia. Que ya lo dice nuestro diccionario cuando define la demagogia como «degeneración de la democracia»; como práctica política para mantenerse en el poder mediante «concesiones y halagos» a los sentimientos elementales de las personas. Y que ya lo advertía Aristóteles cuando aseguraba: «La turbulencia de los demagogos derriba los gobiernos democráticos».
Cuánto hay que aprender. Halagos son recibir al presidente del Gobierno, sin flores amarillas, en la sala de la Mare de Deu, donde el propio Torra juró su cargo como presidente de todos los catalanes. Y halagos verbales son palabras como «honor», «respeto» y hasta «emoción» a la hora de expresar lo que se siente al ser recibido por el presidente de la Generalitat. O prometerle, incluso, que él va a seguir siendo su primer interlocutor, ahora que ya se sabe que pinta menos que la Tomasa en los títeres. Qué gran representación.
Habría que revisar los textos cuando se cita a Cleón, el populista por excelencia de la Atenas de Pericles, como el mayor demagogo de la historia. La España del siglo XXI tiene mucho que aportar
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