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Si en un mundo enloquecido existe un submundo especialmente visceral, irracional y preso de las pasiones más bajas, ese es, sin duda, el del fútbol. Me río yo de los reporteros de guerra en Sarajevo: si quieres enfrentarte a una tensión real, habla de fútbol en Valladolid. La última vez que me dio por hacerlo fue para defender a Sergio González del linchamiento inhumano al que se le sometió. La consecuencia fue verme obligado a bloquear a medio Twitter. Es difícil razonar en territorios que corresponden por entero a lo afectivo; es complejo resultar frío en lugares que queman; no se acepta una apelación a lo cartesiano en un mundo sometido a los sentimientos, que son, por definición, libres, injustos e incontrolables. Y, aun así, hay que intentarlo. Porque, a veces, las situaciones sobrepasan lo meramente deportivo para adentrase en el terreno de lo sociológico. Y cuando eso sucede al menos hay que aspirar a la opinión libre.
Tenemos que hablar de Pezzolano. Es cierto que un entrenador no solo ha de dominar lo táctico, lo físico, lo técnico y la gestión, motivación y liderazgo de un grupo de personas sino, también, controlar la dimensión pública de su trabajo y el contacto tanto con los medios –que son los intermediarios entre él y la afición– como con el resto de grupo de interés en materia de comunicación con los que tenga contacto. No se trata de ser un cantamañanas, un bardo ni un hechicero: basta con ser profesional. Y eso pasa por saber comerse sapos, por actuar muchas veces como ese político que sonríe sin que le apetezca y por hacer malabarismos con grandes dosis de cinismo. Es complicado, pero es necesario. Yo no podría hacerlo y, como él, acabaría por explotar. Pero es que yo no soy un entrenador de élite y él sí. Creo que hay en su actitud algo de arrogancia pasivo-agresiva, cierta soberbia mal gestionada y una herida muy mal cicatrizada que se ha terminado por infectar. Pero, aun así, he de decir que le comprendo. Creo que tiene razones para sentirse así. El trato que le ha dado parte de la afición es inhumano, injusto y roza el acoso. En estos días en los que cada vez estamos más concienciados con el bullying, nos encontramos con que el acoso es solo algo relativo que deja de importar cuando se generaliza o cuando el que lo recibe tiene cierta repercusión pública. La realidad es que la popularidad no vuelve el bullying justificable. A un profesional se le juzga por sus resultados, y los de Pezzolano son incuestionables. Con decisiones más o menos compartidas, de modo más o menos ortodoxo y a través de caminos más o menos rectos, ha conseguido el objetivo que le han marcado, que no es otro que ascender el equipo a Primera División. Y le ha sobrado tiempo. Es posible incluso que acabe siendo el mejor equipo de la categoría, con el portero menos goleado y con todas las estadísticas e indicadores a su favor. Por si fuera poco, lo ha logrado –según me dicen– con un vestuario unido a muerte en torno a él. Y sin quejarse, trabajando en silencio y con una actitud de resistencia, fortaleza y capacidad de encaje fuera de toda duda.
Todo eso no puede ser casualidad. Uno puede ganar un partido por casualidad, dos o incluso tres. Pero no se acaba siendo líder por casualidad, no se acaba armando un sistema defensivo inexpugnable por casualidad, no se es el mejor equipo de la categoría por casualidad ni se tiene el apoyo incondicional de un grupo de jugadores por casualidad. Simplemente, en este caso, las críticas exceden lo normal para entrar en el terreno de lo visceral. Cada uno tiene su gusto, pero hay algo que trasciende lo subjetivo y es lo racional. Y resulta que no es racional tratar así a quien te lleva a la gloria. Se puede decir que juega mal, pero no se puede luchar contra lo objetivo. Y, sobre todo, no se puede luchar con esa saña inhumana, malvada y obscena. Yo no sé desde cuándo el aficionado del Valladolid aspira a ganar jugando bien, como si fuéramos, no sé, el Barcelona, el Ajax, el Brasil de Sócrates. Ni siquiera el Real Madrid exige eso a su equipo. Se trata de ganar y de conseguir el objetivo con una plantilla muy limitada. Y lo ha hecho. Yo acepto que no te guste, pero no se le puede reprochar que lo haya logrado. Y que, en un mundo lleno de cantamañanas, él vaya con hechos y no con palabras; con resultados y no con intenciones; con números y no con poesía.
Algo parecido sucedió con Sergio. Es evidente que, al final, se le vio sobrepasado. Como a todos los entrenadores del mundo al final de los ciclos, cuando no le salen las cosas. Pero su compromiso con el club y con la ciudad estaba fuera de duda. Aun así, tuvo que enfrentarse a una campaña de odio, de descrédito y de desprecio sin parangón. Yo sé que el fútbol es así, pero también sé que, en ambos casos, ha sido excesivo, llegando al ensañamiento, como si al dejar claro que no se tiene un mínimo de piedad o de consideración se fuera mejor aficionado, más serio. Nada de eso. Esa actitud solo muestra debilidad
El otro día, desde el balcón, se enfrentó a la afición pidiendo su propia dimisión. Sobraba. Pero, por una parte, le comprendo. Comprendo que cuando la crítica pasa al acoso, el perjudicado decida dejar de sufrir bajo las circunstancias para situarse por encima de ellas; que opte dejar de sentirse víctima para dar un paso adelante y enfrentarse –pacíficamente– a los que le increpan aun cuando logra el objetivo y, de modo evidente, les gana la partida. Es una buena lección para los niños: no te calles. La otra es: no provoques de modo innecesario ni borres con el codo lo que escribes con la mano.
De cualquier modo, su tiempo ha terminado. Con Ronaldo o sin él, no parece que la mejor manera de comenzar un nuevo proyecto en Primera División sea con un entrenador en guerra abierta con parte de la afición. Sea o no justo, su tiempo aquí ha terminado. No me cabe duda de que no le faltarán ofertas y me alegro. Quizá haya aprendido algo por el camino. Pero quizá alguno deba también hacer examen de conciencia. Nadie en España entiende cómo un equipo puede pedir la dimisión del entrenador que los ha llevado a la élite y menos con esa saña inhumana. Estamos dando una imagen que no corresponde con la de la ciudad ni con la del club y conviene reflexionar sobre ello. Se puede dar la opinión, se puede criticar y se puede mostrar enfado. Pero creo que hay unos límites. Vienen marcados, en el fondo, por la razón. Y en la forma por la humanidad.
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Óscar Beltrán de Otálora y Gonzalo de las Heras
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