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Recuerdo a mi abuela sentada frente a la pantalla de la tele. Sus ojos acuosos mirando la pantalla como si se tratara de un milagro. A ella, la televisión le llegó cuando ya era muy mayor. No le dio tiempo a intentar comprender la tecnología ... y la aceptó a su manera, como una presencia inevitable que la entretenía, por eso cuando el presentador de los informativos aparecía y daba las buenas tardes, ella le contestaba educadamente. Nosotros, niños por aquel entonces, sonreíamos cómplices de aquella relación catódica sin imaginar que también cuando fuéramos mayores nos llegaría la perplejidad de algunos avances tecnológicos y hablaríamos a la televisión.
La evocación me vino hace unos días cuando mi marido me advirtió de que cada día hablaba más con la tele. Tiene razón, aunque más que hablar farfullo y, lo confieso, insulto. Hay declaraciones, aseveraciones, entrevistas a ministros, candidatos o concejales que me provocan ataques de ira, y lo que ni se me ocurre hacer en mi vida diaria lo hago en mi casa. Las palabras me bailan en los oídos y recorro el pasillo diciendo que este o aquel es un memo, que cómo es posible que tengan tanto morro, o cómo no se les cae la cara de vergüenza.
Pero ellos no nos oyen, ni nos responden. No hay relación entre el ciudadano y el político a menos que te subas a un laberinto de burocracia, y lo saben. Por eso pueden recitarnos sus discursos y volvernos la espalda, escalar en el despropósito, amedrentarnos o manipularnos. Sólo nos queda el voto una vez cada cuatro años y la memoria es frágil.
La intimidad de nuestra casa es reveladora. Las productoras de televisión que andan buscando ideas deberían tener en cuenta este tema de los que hablamos con la radio o la tele, y hacer un 'reality' sobre la verdad del relicario. El otro día hice una pequeña encuesta. La mitad de mis amigos me confesaron que hacían lo mismo que yo. En realidad esos soliloquios con los políticos que aparecen en la tele se parecen, en versión cariñosa, a las conversaciones que tenemos con nuestras mascotas. Que levante el dedo el que no le ha preguntado a su perro qué debe hacer cuando se encuentra en un problema. No esperamos respuesta, ni de los políticos, ni de los perros, y tampoco de los bebés que aún no pueden comunicarse pero alivia poner la ira o el afecto en ellos.
Me ha inquietado saber que en España hay más perros que niños. Es un mal precedente. Muy malo. No me extrañaría que en un momento dado hubiera más políticos que ciudadanos.
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