Durante el debate de investidura celebrado el entonces candidato a presidente presentó unos acuerdos con un partido independentista para buscar una solución a un conflicto y un programa de medidas para mejorar el bienestar de los ciudadanos. La respuesta de los partidos de la oposición ... se centró en denunciar que el candidato rompía España y no apoyaba la Constitución, sin indicar observaciones o criticas al programa económico y social que pretende abordar la mayor enfermedad que tiene este país: la desigualdad.
Aunque la desigualdad está en todos los países, existen diferencias notables entre ellos. No somos como EE UU, pero estamos peor que los países nórdicos y optamos a subir al podio con los peores europeos. Recientemente se ha publicado la Encuesta Financiera de las Familias que cada tres años realiza el Banco de España desde 2002. Los resultados son malos. El 20% de hogares más ricos poseían 15 veces más que el 20% más pobre en 2014. En 2017, esa diferencia es de 28 veces más. La riqueza media de los hogares de menos de 35 años se ha reducido desde 2008 a 2017 en un 94%. La ONG Oxfam indica en su último informe que la recuperación no ha llegado a muchos hogares. Ocupamos el cuarto puesto en el 'ranking' de los países más desiguales y el segundo en el que más ha aumentado la distancia entre ricos y pobres de la UE. Según otro informe de la Agencia Tributaria de 2019, en 2011 había 352 millonarios que declaraban más de 30 millones de patrimonio, en 2017 eran 611. El patrimonio de los 202.400 contribuyentes que presentaron declaración en 2017 ascendía a 609.062 millones, un 55% más que en 2011. Es cierto que algún estudio desde la vertiente liberal indica que la gravedad no es tan fuerte, pero la gran mayoría de organismos y estudios sí lo confirman.
El FMI, la UE, el Banco Mundial, diferentes organizaciones no gubernamentales, 'The Economist', 'Financial Times', consultoras como Mckinsey o Standard&Poor's han denunciado la necesidad de corregir la desigualdad en España. Su importancia tiene múltiples razones. En primer lugar, no permite que millones de españoles puedan desarrollar su ciclo vital con dignidad, causa de una gran infelicidad. Además no deja que todos los ciudadanos tengan las mismas oportunidades, y por último, resquebraja la democracia. Diferentes estudios ponen de manifiesto que las personas más desfavorecidas participan menos en la vida política y son menos influyentes en las decisiones que les afectan.
Es difícil comprender la exposición de la oposición. No es posible que un acuerdo escrito entre dos partidos, aunque uno de ellos busque la independencia, pueda romper un país y una Constitución, dentro de Europa, después de 40 años de funcionamiento de sus instituciones y con el aval del derecho internacional. Poner en duda su fortaleza en todo caso pone de manifiesto una desconfianza propia de los que no se sienten a gusto con ella. Habría que recordar que el partido de procedencia de gran parte de estos opositores era AP, y no todos sus diputados votaron a favor de esta Constitución.
También es difícil creer que diez millones de españoles que han votado a estos partidos de la oposición crean de verdad en el argumento de la ruptura de España y admitan que otros once millones que han votado al Gobierno sean anticonstitucionalistas. ¿Qué otra razón puede existir para que no mencionen criticas al programa económico y social, salvo las generalidades de siempre?
La primera es que la política de estos partidos tiene dos fundamentos que provocan desigualdad: alcanzar una especial y gran libertad de mercado y bajar impuestos. Solamente creando riqueza se puede corregir la pobreza, según ellos, y es verdad, pero no es una condición suficiente. En los países donde está aplicándose las políticas neoliberales la desigualdad crece y un buen ejemplo es España. Sin entrar en la discusión sobre qué sistema capitalista además del neoliberal crea más riqueza (están apareciendo nuevas formas), sí está claro que este no sabe distribuirla equitativamente.
La segunda razón reside en la manipulación de los sentimientos y en utilizar una de las grandes emociones: el miedo. Y es muy difícil eliminar cuando se utilizan muchos medios de comunicación. George Lakoff, catedrático de Lingüística cognitiva de la Universidad de Berkeley, ha escrito en sus libros este fenómeno ('No pienses en un elefante' y 'Puntos de reflexión'). En ellos explica cómo la derecha impone sus temas (libre mercado, reducción de impuestos, familia tradicional, religión, patriotismo…). Los neoliberales han descubierto que a la gente le gusta que la hablen de determinados valores y sentimientos, no de programas. Por ejemplo: apoyar al nuevo Gobierno dicen que es simpatizar con ETA por haber logrado la abstención de independentistas vascos y acusan a quienes defienden subir el IRPF a los que ganan más de 130.000 euros de querer subir a todos los ciudadanos los impuestos.
Los neoliberales son expertos en la generación del miedo (emigración, comunistas, bolivarianos, inseguridad…), como se ha podido demostrar en estos días pasados. Llegan incluso a utilizar recursos lingüísticos tan negativos como el insulto o el terrorismo-golpismo, generando odio. Intentan paralizar el análisis crítico y realista del ciudadano con mensajes insistentes y simples que asustan, convirtiéndonos en individuos antisociales, vulnerables y, muy importante, conservadores.
Es difícil creer que los ministros que forman el Gobierno, incluido el comunista Alberto Garzón, pueda llevarnos al totalitarismo y a romper España como dicen estos apologetas de su unidad. No tengamos miedo.
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