Gusanos

Esto es, los gusanos no matan. Tampoco le dan un buen aspecto general a la sopa, cierto, pero no matan. Y alimentan de lo lindo, eso también.

En Madrid había un restaurante, Chapulines, en el que los clientes se rifaban los gusanos y los saltamontes. Ambos tostados y con un leve toque de limón y sal. Muy hechos, remarcan. Los clientes dicen que son como pipas si se comen aún calentitos.

Y no es el único. En el Chinicuil, otro establecimiento que pone en los fogones delicias culinarias, se sirven gusanos y larvas. Estas últimas lavadas, escurridas y deshidratadas. Vuelta y vuelta para que conserven su grasa y al plato. Puro caviar.

Para los aventureros también está (o estaba) la Hormiga Chicatana, en la que no hace falta pedir el menú del día, que va implícito en el nombre del restaurante. Como curiosidad, aquí servían como plato estrella la hembra reina fecundada hasta por ocho machos. Para chuparse los dedos.

Atendiendo a este tipo de curiosidades gastronómicas no debería resultar tan extraño que en el plato de los médicos de la sanidad leonesa se sirvan manjares tan exóticos. Si acaso se podrá discutir la presentación, nada más, pero el fondo (el caldo) no tiene tan mal color, ni mucho menos.

Ironía al margen. lo ocurrido en el Hospital de León es un ejemplo brutal de negligencia. Ni es normal, ni lógico, ni permisible que en la sopa de los médicos que velan por la salud de los pacientes se sirvan gusanos como condimento. Es el colmo.

Y no es la primera vez que algo así ocurre. La sopa, que según la empresa fue realizada con fideos de primeras marcas de mercado, ya fue servida con gorgojos en varios colegios de la comunidad y ya entonces los padres acusaron a Serunión de saltarse todas las normas que se apuntan en los canales de seguridad alimentaria.

En un acto de generosidad fuera de lo común podría hablarse de un caso aislado, como si lo aparecido fuera una mosca somnolienta en medio de la cuchara del comensal, pero lo cierto es que los gusanos forman parte de una 'ensalada diabólica'.

Lo dicen los propios sanitarios, y el propio personal del hospital: la comida se sirve con moho en algunas de sus piezas, tiene sabor ácido, las patatas tienen una especie de sabor «agridulce» y la fruta que se oferta al comensal, y eso se ha remarcado de forma insistente, son «las peores piezas que se pueden encontrar en un mercado».

No es excusa el coste (cinco euros el menú) para la pésima calidad de lo que se pone sobre la mesa y tampoco es argumento que el margen de beneficio sea tan estrecho. Hoy, lo único que queda sobre la mesa, son gusanos.

La sanidad, la de todos, va más allá de la atención al paciente -que también- y tiene mucho que ver con las condiciones en las que el personal ejerce su función pública y asistencial.

Servir gusanos, por segunda vez, es un argumento lo suficientemente sólido como para romper la baraja y comenzar una renovación profunda, real y sin engaños. Hay cuestiones que, por principios, no se pueden extender en el tiempo ni se pueden consentir.

Y en ese punto de la realidad los gusanos, de todo tipo, están mucho mejor en otro plato.