Guerreras en la mar
Inés Suárez e Isabel Barreto fueron dos grandes heroínas que contribuyeron a forjar la historia de conquista y exploración del continente americano
alicia vallina
Miércoles, 4 de agosto 2021, 07:49
Secciones
Servicios
Destacamos
alicia vallina
Miércoles, 4 de agosto 2021, 07:49
El inicio de la globalización que ahora conocemos comenzó muchos, muchos siglos antes. Embarcados en enormes naves de difícil gobierno, intrépidos y valerosos hombres, inconscientes y temerarios, surcaron los mares en busca de fama, honor, riqueza y gloria. Pero entonces ¿qué buscaban algunas de las ... mujeres que los acompañaron? Quizá la pregunta esté, de inicio, mal formulada, pues estas féminas, de enorme fortaleza y aún mayor determinación, no fueron meras comparsas bajo la pesada sombra de aquellos hombres. Algunas de ellas combatieron con arrojo contra los enemigos de la corona española en nombre de una idea de nación que aún estaba por configurar y de la que apenas eran conscientes. Mujeres únicas en su tiempo que contribuyeron a romper los cánones establecidos y que sentaron las bases del comienzo de una revolución que no cristalizaría hasta casi cuatro siglos más tarde y en la que aún hoy nos hayamos inmersos.
Este es el caso de la placentina Inés de Suárez, hija de un artesano y de una costurera que con apenas 19 años contrae matrimonio con el marino Juan de Málaga. La conquista de América había supuesto el punto de partida de un increíble seísmo geográfico, comercial y cultural y eran muchos quienes deciden embarcarse con el fin de mejorar su condición y convertirse, por qué no, en gloriosos héroes. Así, Juan de Málaga se traslada a la ciudad de Perú en 1527. Inés espera 10 años su regreso pero, posiblemente hastiada de tanta soledad, abandona su hogar en busca del esposo ausente. Para una mujer resulta prácticamente imposible poner rumbo a tierras lejanas sin estar acompañada de un hombre que no fuera su marido, por lo que Inés debe solicitar licencia real que la autorizase a partir. Este hecho nos demuestra ya la enorme determinación y arrojo de la placentina.
Durante su larga travesía hacia tierras cuzqueñas recibe la noticia del fallecimiento de su esposo y, lejos de volver al mundo que ya conocía, decide trabajar una pequeña parcela de tierra en la capital incaica, obtenida como compensación de viudedad. Es allí donde conoce a Pedro de Valdivia, maestre de campo de Francisco Pizarro, con quien parte, en 1539, hacia Chile (Inés tuvo que figurar como sirvienta en la carta de recomendación que Valdivia solicita a Pizarro para que pueda acompañarla). Ambos participan en la conquista y fundación de la actual ciudad de Santiago de Chile, e Inés asiste a heridos durante las batallas y enfrentamientos continuos en la zona.
Sin embargo, su papel irá mucho más allá, dando la orden de ajusticiar a un grupo de caciques para instar temor en el resto de los rebeldes y conseguir la rendición en la batalla.
Valdivia e Inés Suárez mantienen una relación mal vista por los poderes eclesiásticos y civiles de su tiempo. Él está casado con otra extremeña, Marina Ortiz de Gaete, quien espera en España su regreso. Entre los principales enemigos de Valdivia, el clérigo y virrey de Perú, Pedro Lagasca, le condena por unión ilegítima, por lo que Inés es obligada a contraer matrimonio con uno de sus mejores capitanes, Rodrigo de Quiroga. Valdivia ordena entonces el viaje de su esposa procedente de España a Perú, pero el día de Navidad de 1553, antes de que Marina llegue a verle, Valdivia fallece a la edad de 56 años. Inés vivirá entonces una vida tranquila hasta su fallecimiento, contribuyendo a la construcción del templo de la Merced y de la ermita de Montserrat, ambos en la ciudad de Santiago.
Otro caso igualmente cautivador es el de Isabel Barreto, de la que únicamente conocemos sus hazañas a través de los datos ofrecidos por Luis Belmonte, secretario del navegante portugués Pedro Fernández de Quirós y uno de los principales tripulantes de la expedición que acompaña a esta intrépida mujer y a su esposo, el adelantado leonés y sobrino del virrey de Perú, Álvaro de Mendaña a través del Pacífico para conquistar las islas Salomón y las Marquesas. De origen quizá pontevedrés, quizá limeño, su historia comienza a forjarse en 1585, al contraer matrimonio en la misma ciudad de Lima con Mendaña, casi 28 años mayor que ella. Ambos se embarcan juntos en una empresa que terminará con la conquista de nuevas tierras, atravesando por primera vez el Pacífico por el hemisferio sur y recorriendo cerca de 20.000 kilómetros. Tras la muerte de su esposo, Isabel asume un liderazgo para la historia, convirtiéndose así en almirante y acaparando en su persona el poder de controlar la vida de una flota compuesta por más de un centenar de hombres a la muerte de Mendaña.
Con evidentes dotes de mando, enorme capacidad de decisión y una valentía fuera de toda duda, Isabel ejerce su autoridad sin titubear, lo que le granjea la crítica de Fernández de Quirós, vengándose de ella a través de su pluma, única fuente documental hasta ahora revisada, y que la señala como una mujer cruel, despótica y vengativa. «La reina de Saba», apodo por el que Isabel era conocida en clara alusión a su conquista de las islas Salomón, vuelve a casarse, esta vez con Fernando de Castro, sobrino del gobernador de Filipinas. Su historia se vuelve a perder de nuevo, aunque parece que regresa al Perú, y más concretamente a la localidad de Castrovirreyna, donde su esposo era gobernador. Dueña de una considerable fortuna, la historiografía cuenta que fallece, sin descendencia, en esa misma localidad en 1612, dejando tras de sí una historia digna de ser recordada.
¿Ya eres suscriptor/a? Inicia sesión
Publicidad
Publicidad
Te puede interesar
Publicidad
Publicidad
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.