Se asoma el verano a los campos de Ucrania y la guerra no deja un solo día de mostrar al mundo su rostro siniestro. Ucrania y Rusia, dos de los grandes graneros del mundo, siguen perdiendo vidas y manos para el campo. Mientras la economía ... europea se acerca cada día un poco más al colapso, sus líderes avisan de lo que nos espera para los próximos meses: sobre la crisis humanitaria, una nueva crisis alimentaria que va a traer al planeta muchos más muertos, por hambre, que la propia invasión.
En la segunda mitad del siglo XIX, coincidiendo con el nacimiento de El Norte de Castilla, los agricultores castellanos acuñaron una frase gloriosa: «Agua, sol y guerra en Sebastopol». Tanto les iba mal a los rusos y a los ucranianos como los castellanos conseguían colocar su trigo en el mercado internacional a los mejores precios. Y así se forjó la riqueza de una 'aristocracia harinera' cuyo legado familiar ha llegado en buena parte hasta nuestros días. Las guerras locales, entonces como ahora, tenían consecuencias planetarias. Y de una manera o de otra los países ricos, con Europa y los Estados Unidos a la cabeza, se las apañaban para repartirse entre ellos los beneficios y para desviar el hambre, y las consecuencias de la guerra, siempre a terceros países. De África y de Asia, fundamentalmente.
Las guerras de Sebastopol (es un decir) siguen demostrando que la barbarie de los conflictos armados se extiende mucho más allá del terreno de juego militar. Sin embargo, la situación geoestratégica de Castilla, de España y de Europa es hoy muy diferente. Mientras los agricultores castellanos miran al cielo, en mayo de 2022, temiendo que las cosechas de este año se echen a perder ante la falta de lluvias, los líderes europeos no saben ya de qué manera atajar una nueva crisis que se va haciendo más profunda cada día, según los rusos fracasan en su intento. El amigo americano, ensimismado en sus propias contradicciones, se frota aparentemente las manos con la caída en picado del enemigo ruso. Pero tal vez no es consciente de que, más tarde o más temprano, pagará también un precio muy alto por la guerra europea. Los propios chinos, en teoría los grandes beneficiarios esta vez del conflicto, ya han avisado de la fragilidad de los mercados mundiales para responder ante una previsible crisis alimentaria internacional.
Las guerras de Sebastopol, como todas las guerras, al final siempre se solucionan de la misma manera. Empujan al mundo hacia atrás y únicamente permiten que los ricos sean más ricos, y que sean menos, y que los pobres sean más pobres, y que sean más. Un fenómeno que ya se apreció con claridad en el crack de 2008, cuando se cortó de cuajo aquel movimiento global que, por primera vez en siglos, había conseguido reducir el hambre y la pobreza del mundo. En realidad, nunca nos hemos terminado de reponer de aquel golpe. La pandemia, para más inri, ha seguido empujando y empujando hacia el lado oscuro a miles de millones de personas en todo el mundo. Y ahora esta 'pequeña' guerra imperialista, indigna e impropia de todo tiempo, sigue resucitando fantasmas: el hambre, las materias primas, la energía... los fundamentos económicos de un planeta al que no le salen las cuentas por ningún sitio.
Agua y sol necesitamos, sin ninguna duda, pero a diferencia de nuestros tatarabuelos, es más que dudoso que esta nueva guerra de Sebastopol pueda traer un solo beneficio a los campos de Castilla, ni a los de España. Hasta los más ricos (los países y las personas), que tratan todavía de asimilar todo lo que han puesto en común en la última cumbre de Davos, empiezan a pensar en serio en tomar otro tipo de medidas ante esta apuesta de los rusos por el desastre mundial.
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