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Las guerras y la peste
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A nuestras autoridades se les han acabado los eufemismos para hablar del recorte absoluto de libertades. Con escasos o nulos resultados, por ciertoEl safari electoral está en marcha. La Generalitat mantendrá el derecho al confinamiento frente al derecho a la participación política de los catalanes. Controlará los desplazamientos, limitará al máximo los aforos y priorizará el fervor telemático. Y sin embargo dejará sueltos por las calles de ... Cataluña a los presos del 'procés'. Para predicar ante no se sabe quién. Tal vez cuando el presidente Aragonès, desdiciendo a su consejera, habló de «poca presencia física» en las arengas se refería a eso: a los políticos en semilibertad y poco más.
Mejor aún para Illa, que deja el sumo pontificado de la sanidad en el peor momento imaginable. Mejor para él, pero imposible saber si peor o mejor para los demás. Parece que Carolina Darias trae otra cara, más amplia la sonrisa. Pero la tristeza no se marchará hasta que no lo haga Simón, al que no se le conoce candidatura que pudiera distraerle de su cometido. «Las tristezas –le dice Sancho a su señor en el capítulo XI de la segunda parte del Quijote– no se hicieron para las bestias, sino para los hombres; pero si los hombres las sienten demasiado, se vuelven bestias».
Ese es el camino que llevamos. El de la deshumanización y el bestialismo. Y el de la pobreza. Ya nadie se corta al comparar las cifras de la pandemia con las de la guerra incivil. En los matrimonios, en los no nacidos, en los muertos… la última referencia es la guerra. La guerra, sí, esa «hermana del incendio y de la peste» que decía el poeta y periodista Emilio Bobadilla, más conocido como Fray Candil. Eso sin hablar del derrumbe económico. Una caída del 11 por ciento en 2020. El triple que la de la economía mundial. El doble que la de Alemania. Por encima de las de Italia y Francia. Incluso de la del Reino Unido. Difícil hacerlo peor. Pero el frente de esta guerra nuestra no está en la economía, nunca lo estuvo. Menos mal que tenemos a Vox para garantizar un buen reparto de los fondos europeos. Un ejercicio de patriotismo, por cierto, que no le han agradecido suficientemente ni el PSOE ni su socio de Gobierno, Podemos, el único partido nacional que, junto a los de Abascal, lleva cada día en su discurso la palabra patria sin despeinarse. Dime de qué presumes.
Así que en la comunidad catalana hacen campaña los presos contra los ex ministros. En la comunidad valenciana cuentan cada día los muertos con tres cifras. Y en la castellana y leonesa contamos poco, porque somos menos gente que nunca, y porque nos acostamos a las ocho, con el ocaso, para contagiarnos en privado lo que no nos permiten en público. Mientras, nuestras autoridades siguen buscando los límites del confinamiento, porque se les han acabado los eufemismos para hablar del recorte absoluto de libertades. Con escasos o nulos resultados, por cierto.
Falta sólo por saber si, a falta de ejército, la Unión Europea intervendrá administrativamente a los proveedores de vacunas, que tienen a media población en ascuas y a la otra media pendiente de ver si sobra algo para poder vacunarse cuando no les toca. Algo que no pasa en Marruecos, donde el rey Mohamed VI ha dejado muy claro qué es lo verdaderamente importante para su país, y se ha vacunado él el primero. Pero ésa es otra guerra.
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