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Ha pasado un año desde que las tropas de Putin invadieron Ucrania y otra vez todo se ha revuelto en los campos de batalla de ... la Europa soñada: invasión, anarquía, ocupación y barbarie. Ni los más pesimistas agoreros del Viejo Continente, tierras de cultura y democracia que sufrieron las guerras más cruentas en el pasado siglo, pronosticaron su caída en el viejo lodazal humano de muerte y destrucción. Se equivocaron los estrategas y también los profetas en sus anuncios y previsiones de esa desgracia, una guerra de ocupación que el presidente ruso pregonó bajo la marca hipócrita de «una operación especial». En efecto, ni siquiera los principales actores de esta letal matanza a gran escala, los generales de uno y otro bando, han tenido la gallardía de revelar la estadística cierta de muertos y heridos en combate en cada uno de los bandos. No hay mejor argumento para alcanzar la gloria y la victoria en una batalla que ocultar a los muertos.
Ha pasado un año desde que los líderes occidentales practican con ilusión renovada y fantasía creciente su visita protocolaria a Ucrania para abrazar en Kiev al presidente Zelensky y prometerle la entrega de su ansiado armamento, tanques, cohetes, drones misiles… El invierno ha calmado las hostilidades y los observadores de ese ajedrez bélico sostienen que la línea de fuego en el Donbass, la más activa ahora de la guerra, apenas se mueve unos cuantos metros cada día. Aprovechando quizás esa bonanza invernal de la batalla, los líderes políticos más comprometidos con la salvación de Ucrania manifiestan su buena voluntad y reiteran su fidelidad democrática frente a la dictadura del oso ruso, mientras los misiles de Putin siguen cayendo puntualmente cada día, añadiendo más destrucción en las ciudades ucranias. Tampoco se conocen estadísticas precisas de esa devastación, que está sembrando el terror y la miseria día tras día. A pesar de la aparente normalidad de tanta destrucción y dolor por aniquilamiento, no se puede ignorar la infamia y los terribles crímenes de esa operación ordenada desde el Kremlin para borrar de la tierra al enemigo.
Ha pasado un año desde que la Europa occidental y democrática se sintió inerme, sin bastiones de seguridad y sin planes claros de defensa, para librar una guerra que estalló cerca de sus fronteras. La reacción neutral de la Unión Europea y sus compromisos defensivos, según las reglas de la OTAN, ha exigido la colaboración con un país que reclama más democracia, Ucrania, enfrentándose a la agresión permanente y la fuerza bruta de Rusia y su proyecto extravagante de la restauración del viejo imperio soviético. Putin inició ese camino de retorno al pasado hace dos décadas y ahora amplía su agenda conquistadora, en busca del esplendor perdido, atacando hacia el oeste al país más deseado, Ucrania. Las fronteras de ese país mártir miran a la Europa próspera, nacida hace más de medio siglo con vocación de paz y democracia.
Mientras la escalada nuclear flota en el aire después de feroces combates, centenas de miles de muertos y destrucción de infraestructuras civiles, la guerra ha alcanzado un punto muerto. En los campos de batalla se disputan estos días exiguas franjas de territorio a un coste terrible de vidas; y sin embargo es poco probable que alguna de las partes proponga un acuerdo de paz negociado. Tampoco aparece posible iniciar el final de esta guerra apoyado en un posible gesto de mediación, y nadie reclama la negociación de las instituciones internacionales. El final de la guerra en Ucrania parece lejano en vista de los argumentos de los dos contendientes: Rusia reclama como propio el territorio ucraniano, y Ucrania prevé expulsar a las tropas rusas del país, incluida la península de Crimea ocupada por Rusia hace nueve años.
Hace un año, en vísperas de su invasión a gran escala de Ucrania, Putin esperaba un éxito rápido. Su ejército, recién modernizado y envalentonado por sus campañas en Ucrania, Siria, Osetia, Abjasia y Chechenia, confiaba en una rápida victoria. Confirmado el fracaso, el presidente ruso degradó a varios altos mandos del ejército, convocó el reclutamiento de soldados que llegarán al frente mejor entrenados y dotados de mejor armamento. A pesar de los contratiempos, Putin no muestra signos de abandonar esta guerra y parece dispuesto a asegurar el futuro de Rusia sacrificando en su guerra perpetua la vida de sus hombres.
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